En realidad nunca se había ido. Girando un mapamundi (¡ya apenas los hay!) se aprecia a simple vista nuestro destino histórico con Rusia: estar sin descanso a la defensiva pero tratar de convivir. Aunque siempre seremos su oscuro objeto de deseo, y habremos de defender esa frontera, la geografía, el tamaño y los recursos imponen también su ley. Nos presiona con su fuerza y a la vez nos tienta con sus favores, a veces con astucia y hasta puntito de humor, como el de su nueva vacuna, de nombre Sputnik: el de su primer satélite artificial, con el que en 1957 pareció adelantar tecnológicamente a Occidente por primera vez. El nombre se traduce como “satélite”, redoblando la broma (¿intenta satelizarnos?). A la vez, la forma del virus se asemeja mucho al genuino Sputnik. Hay en Putin, que habrá intervenido sin duda en el bautizo, algo de diablo burlón, que todo ironista debería apreciar.