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Pilar Garcés

Sé maleducada, Ursula

El “sofagate” de Turquía deriva en una pelea entre organismos europeos

La escena del sofá en Ankara ha derivado en un conflicto entre europeos, como no podía ser de otra manera en estos tiempos en el que solo actúan sin complejos quienes deberían callarse. El menosprecio a la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, por parte del presidente de Turquía, Recep Tayyip Erdogan, ante la pasividad del jefe del Consejo Europeo, Charles Michel, ha generado un conflicto diplomático entre los dos organismos comunitarios que la mayoría de nosotros somos incapaces de distinguir, y de cuya existencia notamos que nos duele en el bolsillo. Se ha puesto en marcha una burocracia bilateral tendente a establecer un protocolo que impida que la mandataria vuelva a ser humillada por gobernantes cuyos países consideran a las mujeres ciudadanas de segunda. Una reacción pusilánime y que yerra el tiro, que nunca apuntaría a una chilaba por eso de la corrección política. Erdogan recibió a dos pares europeos, le puso una silla a él, y a ella la relegó a un sofá por su condición femenina. Si Ursula se llamase Helmut habría tenido silla. Es muy simple, y no hay nada que Michel, que se comportó como el amigo comparsa del protagonista de la comedia adolescente, pueda hacer. Y tal vez ni deba, pues solo nos faltaría una demostración de defensa masculina de la damisela al más alto nivel. Estamos ante un tema de costumbrismo, o de derechos humanos, depende de cuánto quiera implicarse Europa con la igualdad. Turquía desprecia a las mujeres, y nosotros nos queremos llevar bien con Turquía y que parezca un accidente, ¿por qué? En lugar de darle donde le duela, la Comisión y el Consejo van a sacar una directiva sobre asientos: el machismo institucionalizado puede echarse a temblar.

Ursula von der Leyen se cabreó, hizo un gesto de desaprobación elegante y se sentó en el sofá. Mal. Comprensible, pero mal. La presidenta es una ginecóloga y madre de siete hijos, habla tres idiomas, y ha sido varias veces ministra (incluso asumió la cartera alemana de Defensa como primera mujer en ocupar este cargo). Hija de un empresario y dirigente conservador, fue educada exquisitamente en una escuela en Bruselas a la que asistían hijos de altos funcionarios y diplomáticos. He ahí la madre del cordero. Como niña formada en las monjitas, comprendo perfectamente su incapacidad para romper las normas del buen comportamiento. De hecho, fue mi psicólogo quien me ayudó a desprenderme del corsé de la cortesía y la urbanidad, en momentos puntuales y por un bien superior, como lo es poner en evidencia algo que ni está bien, ni conviene, y con lo que no hay por qué transigir. “Sé maleducada”, me dijo, y añadió: “Y si puedes, desde el sentido del humor”. Este consejo se lo regalo gratis a Von der Leyen, con la recomendación adjunta de que se olvide de los protocolos europeos para visitar reductos de machirulismo, que nos van a costar tiempo y dinero y no van a servir para nada. Qué bonita hubiera sido la siguiente escena: Erdogan recibe a su colega Michel, y le muestra la silla, y en esas entra la presidenta y ve que ella no tiene, y se va para el sofá, en el que se tumba después de quitarse los zapatos a tirones lanzándolos por el aire. Luego se suelta la americana, y el botón del pantalón para que no apriete, sube una pierna por encima del respaldo para mejorar la circulación... “¿Y por dónde íbamos, señores?”.

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