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Martín Caicoya

¿Podemos confiar en nuestra especie?

Hace ya bastantes años, cuando aún yo no tenía teléfono móvil, miré con gusto y sorpresa a un anciano en la cola del pescado mientras lo utilizaba para hablar con su mujer y pedirle instrucciones. Recordé un chiste del “New Yorker” en el inicio de la invasión de los móviles. En una de las avenidas de la ciudad se veía a los transeúntes circular con el teléfono pegado a la oreja. Uno decía: “Qué bien, desde que hay motorolas (así se llamaban por la firma más conocida) ya los locos podemos hablar solos por la calle”.

La revolución del móvil es solo uno de los cambios fulgurantes de los últimos años. No es raro ver a un niño que todavía no habla que ya sabe manejar las pantallas. Nacen en un mundo donde los aparatos electrónicos forman parte de la vida cotidiana, como lo hicieron nuestros abuelos cuando con solo accionar un conmutador, al instante, se hacía la luz. O podían conducir a más de 30 kilómetros/hora, que era visto como antinatural. La polémica fue muy interesante porque muestra la idea de la naturaleza como rectora de nuestra vida, ella como imagen de Dios. “Si Él hubiera querido que viajáramos a una velocidad mayor, hubiera puesto a nuestra disposición medios más veloces que los caballos”. Se oponían con este razonamiento a las máquinas de vapor. No tenían en cuenta que los de carreras alcanzan 70 km/h. Pero ese no es el argumento: el ser humano es parte de la naturaleza y la modifica como cualquier ser vivo. Y tan grande es su capacidad de modificarla como la de adaptación.

Efectivamente todos los seres vivos se adaptan al medio. Hasta el más elemental mantiene un equilibrio interno con un esfuerzo constante. El primero que lo pensó fue el fisiólogo médico Claude Bernard, en el siglo XIX. Se refería a los mamíferos, en concreto para el ser humano. En nosotros el mantenimiento del medio interno es más sofisticado que en las bacterias. Contamos con diversos sensores que informan al sistema nervioso del estado, tenemos criterios de equilibrio y efectores para mantenerlo. Fue Gannon, un fisiólogo americano de principios del siglo XX, quien desarrolló este concepto. Todo un trabajo fino que dejamos en manos de nuestro cerebro inconsciente. Pero más profunda es otra forma de adaptación que sorprende a los biólogos y evolucionistas. Ocurre en algunas criaturas en pocas generaciones. El mecanismo es el de siempre: la selección de los individuos más capaces de sobrevivir y producir progenie. Un magnífico ejemplo es el de los guppies, peces de agua dulce tropicales. Como ya describió Darwin, no es raro que sea la hembra la que elige. De ahí el esfuerzo del macho por mostrarse sano y poderoso, a pesar del coste energético y del riesgo de convertirse en fácil presa. Eso ocurre con los guppies. Los más vistosos son los elegidos por las hembras para aparearse. Pero también son los más visibles para los depredadores. Tienen que encontrar el equilibrio. Si se colocan en un río peces con pocas manchas y poco color y no hay depredadores, en pocas generaciones se hacen vistosos. Y al contrario. Y en esos casos, maduran antes para poder pronto procrear y salvar su progenie. Es solo uno de los muchos ejemplos de adaptación rápida. Una de las más estudiadas es la de los pinzones en la isla Galápagos, tan caros a Darwin. Su pico, entre otras cosas, evoluciona a ojos vista en respuesta a las condiciones cambiantes. Él pensaba que se necesitaba mucho tiempo para un cambio. Pero se ve que portamos las variantes genéticas que en la misma especie dan lugar a formas y funciones diferentes. Estas se seleccionan o se activan rápidamente en respuesta al medio. Basta elegir los cachorros de zorros más dóciles y empáticos para que en pocas generaciones parezcan perros, en forma y comportamiento.

Los retos de la humanidad hoy día son muchos. Pero no creo que sean superiores a los que superó el Homo sapiens sapiens cuando llegó a Europa. La principal quizá sea el cambio climático. Ya lo vivimos varias veces, aunque esta vez parece más peligroso porque somos muchos. Esa es la otra amenaza: la demografía. Es causa de hambre, desequilibrios socioeconómicos y ocupación de espacios. Y da lugar a grandes migraciones. No es nada nuevo. Somos una especie emigrante. Llegamos hace 40.000 años, aquí habitaba Homo sapiens neanderthalensis, al que probablemente exterminamos. Ahora vuelven grandes migraciones a venir de África huyendo del hambre, quizá como entonces. Superpoblación, movimientos masivos de personas y cambio climático: magníficas condiciones para las epidemias.

Somos seres biológicos destinados a vivir y reproducirse. Todo lo que hay en nosotros existe para ese fin. Así el entendimiento, la memoria, la voluntad y la conciencia. En eso nos diferenciamos de otros seres vivos y ahí reside nuestra fuerza. Como seres conscientes, nos separamos de los modos estrictamente biológicos para regular la vida y nos apoyamos en instrumentos inventados: las creencias, convenciones sociales, leyes, artes, ciencias, tecnología o el intercambio económico y el dinero. Las amenazas son grandes y grandes son los medios para afrontarlas.

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