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Antonio Arias Rodríguez

El tiempo de Asho

La pandemia ha venido a recordarnos que somos presa fácil y que hay que disponer de nuestra edad de manera más razonable

Durante la pasada Semana Santa, visitando los confines asturianos conocí a Asho, un japonés que vive como un monje budista. Lejos de vestir su clásico hábito, este ermitaño entrañable lleva una vida bastante humilde y discreta; no se quitó su mono gris en los días pascuales porque está reconstruyendo una derruida casa de piedra con la ayuda de algunos útiles de obra y sus propias manos. Se diría que ha convertido esa tarea en su objetivo vital, como le ordenó su maestro. Mientras tanto, medita y habla con los árboles del bosque o su perro Leo. También conmigo.

En una grata conversación mantenida con el eremita, de repente, tras una pausa prolongada, me espetó: “Antonio, ¿tú crees que el “tiempo” es igual para todos?”.

Uff. Pienso que a las preguntas trampa hay que responder con otra pregunta. Le contesté sí no le parecía que Marco Polo o Cristóbal Colón habían disfrutado de más vidas que el rutinario ciudadano medio de esa época. ¿El año de confinamiento por la pandemia es igual para jóvenes o ancianos encerrados en geriátricos?

Asho, como buen budista, cree que la conciencia lo es todo. El cuerpo sólo es una herramienta dominada por el tiempo y el espacio, lo que no ocurre con el espíritu, que puede volar al pasado o al futuro y convertirte en rey o mendigo. El tiempo lo construimos nosotros y cada persona tiene uno diferente, me decía.

Sin embargo, nuestra civilización occidental valora cada vez más el “tiempo”. Las tragedias diarias del Covid-19 nos han recordado, súbita y amargamente, que somos fácil presa de un bichito microscópico. A muchos infortunados que han fallecido se les ha acabado el tiempo y los supervivientes hemos visto recortado lo que podemos hacer con el nuestro. No es de extrañar que aumentaran durante estos últimos meses las consultas de los trabajadores sobre la prejubilación; a pesar de la rebaja que por ello soportará en su pensión, se solicita igualmente porque todos los sexagenarios quieren “comprar tiempo”. Una perspectiva que se acentúa en quienes han sufrido un infarto o extirpado un tumor o, simplemente, aspiran a disfrutar de los nietos y ayudar a sus hijos en el placer de la crianza.

En el duro asfalto diario, ante la oleada de peticiones previstas de jubilación anticipada, ahora sabemos que el ministerio responsable de la seguridad social planea endurecerlo. Ya no salen las cuentas en un escenario presupuestario donde no se vislumbra un futuro sin grandes traumas. Los sucesivos gobiernos de la nación en este siglo han “perdido el tiempo” sin encarar seriamente el cada día mas irresoluble problema de las pensiones. Pero la bomba de relojería, tic-tac, tic-tac, nos devuelve a la cruel realidad de que se nos acaba el “tiempo” para afrontarlo –ya no resolverlo– porque la política sólo piensa en días y no en décadas. Nadie quiere ser barrido en las elecciones ante la fuerza de nueve millones de jubilados cabreados. Tampoco en Argentina ningún gobernante quiso encarar el enorme déficit estructural y la cosa terminó como todos saben, hace ya 20 años.

A diferencia de nuestros mayores, a los jóvenes, ya sean millennials o de la generación Z, les importa un carajo mantener saneada la hacienda pública, sin sospechar que esta actitud les deja a los pies de los caballos. Estarán “mucho tiempo” pagando la deuda que les dejaremos las generaciones anteriores, a cuyo bienestar nunca lograrán ni tan siquiera aproximarse. Unas finanzas realistas debería ser su mínima exigencia porque sufrirán en sus carnes la ausencia de tantos políticos que no les han contado la verdad. Y seguirán sin hacerlo hasta que sea “tarde”. Demasiado tarde, pues a este escenario ahora se unen ahora los efectos del desplome de la recaudación tributaria y el obligado apoyo financiero a empresas y trabajadores.

Como en las estafas piramidales, los últimos se quedan sin cobrar. Perdonen la crudeza, pero no quiero colaborar en esta farsa.

En fin, vienen “malos tiempos” para la lírica. Siempre nos quedará como riqueza el tiempo, que frente a las posesiones materiales, es nuestro bien más valioso. El tiempo es oro. Y como decía Calderón de la Barca: “Afortunado es el hombre que tiene tiempo para esperar”. Y no lo tenemos.

La pandemia ha acelerado muchas tendencias, nos dicen, señalando esos “nuevos tiempos” digitales que encaramos. Un futuro laboral donde pronto habrá más abuelos que nietos y más robots que trabajadores ¿Quien financiará todo esto? Un simple smartphone (simple, aunque complejo, como diría aquel gallego) ya eliminó docenas de profesiones; les animo a contarlas. Por ejemplo, entre otras, los intérpretes.

Mi apacible conversación con Asho, quien no habla ni una palabra de español y ni siquiera se les pase por la cabeza de que yo pudiera dominar vocablo alguno en japonés, fue posible gracias a la aplicación Google translator de mi teléfono, que traducía y pronunciaba sus frases en castellano con una perfección asombrosa. Entre ellas: el tiempo no es igual para todos.

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