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In memoriam

Don Nicolás Arganza

El fallecido arquitecto logró con el proyecto del Banco de España un trabajo de modernidad apabullante

Escribí hace dos años, con motivo de un merecidísimo homenaje a don Nicolás Arganza por parte del Colegio de Arquitectos, es decir, por parte de sus compañeros, lo cual agradeció. Comenté entonces que antes de su jubilación me había reunido con él en su estudio (en la plaza Longoria) y cómo me fue contando algunas de sus obras.

Arganza quería dejar claro que cuando hicieron el proyecto del Banco de España (con Ramón Cañas) el palacete de Concha Heres ya había sido demolido, y que incluso hubo propuestas de otros para hacer una torre. Este proyecto es de una modernidad apabullante (incluso hoy), de una elegancia contrastada con su rotundidad que nos lleva a otros lugares del planeta. Nos traslada, con esos vuelos a la arquitectura americana de Paul Rudolph. Vemos como la parte metálica parece suspendida en el aire y como el hormigón sale del estanque, que es foso del castillo que guarda el tesoro, con esos grandes vidrios que reflejan las hojas. Subes por un puente y al lado la obra escultórica de Andreu Alfaro (ahora afuera otra de Berrocal). La verja del palacio perdido, da un carácter con la frondosidad y belleza de sus árboles, que crea un microcosmos que los pavos reales prefieren al bullicioso Campo de San Francisco.

Este carácter norteamericano (que llevó incluso a la educación de sus hijos), lo vemos también en otras obras. La Fresneda, es en realidad una “newtown” de ladrillo, que Arganza fue creando con la constructora Los Álamos durante años.

Norteamericana es también la concepción del Colegio Internacional Meres, obra suya asimismo. Las aulas de párvulos son un paraboloide hiperbólico, pero no es como las de Candela de hormigón, sino que parte de una subestructura metálica y abre esos recintos hacia el cielo, hacia lo ilimitado del espacio. Por dentro esas cerámicas, esas carpinterías de madera, dan un aire “aaltiano” y nos vuelven a llevar lejos, a Finlandia esta vez, al organicismo. En el campo de la enseñanza también es obra suya creada desde la curva, las Teresianas en el Naranco (con José Carlos Fernández del Rey) que destaca por su implantación. Suya asimismo la facultad de derecho del Campus del Cristo (edificio Campomanes).

Don Nicolás, muy creyente, fue en ocasiones arquitecto del Arzobispado y diseñó, por ejemplo la biblioteca del Monasterio de Valdediós, que utilizando materiales tradicionales, como es la madera, llega a una solución de gran plasticidad.

Les acabo de hablar, digamos, de los edificios que yo calificaría de muy sobresalientes en su trayectoria, pero lo más importante en la ciudad no es el capolavoro sino las muchas, muchísimas obras en las que nunca baja su listón. Eso es lo difícil. Son esas las que hacen que su arquitectura haya conformado en gran parte, su ciudad de Oviedo. Plurifamiliares en piedra, en granito... con ventanas salientes e iguales en toda la fachada como las de la calle Independencia o con vuelos continuos que dejan las grandes cristaleras a la sombra en Menéndez Pidal, también plaza de América... Lo más habitual en La Fresneda, el ladrillo... También realizó muchos chalés, en los que suele mezclar piedra y cobre, en el Naranco, en Luanco también, su ciudad de verano durante años... Fábricas muy racionalistas como la temprana del anís La Praviana, en la que un depósito de agua, necesario funcionalmente, hace de torre, o más reciente Cafento en Tineo.

A pesar de lo dicho, no le oíamos hablar con afectación de su arquitectura. Su filosofía era más bien la de los hechos, la de “al pan pan”. Como ya escribí hace dos años, la filosofía de lo rural de nuestra tierra, de eso que en Asturias se llama “ser un paisano”.

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