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Fernando Granda

Yo me he colado en la vacunación

Sobre los que esperan con ansiedad la inmunización y los que la logran de forma inesperada

Yo me he colado en el turno de vacunación. Es tal el caos que hay en la Comunidad de Madrid respecto al tema del/la covid-19 que me han vacunado sin estar en el turno. Sin nocturnidad ni alevosía, sin culpables, al menos entre los profesionales de la sanidad y los vigilantes de la legalidad. Y, ojo, sin saltarme turnos por enchufe, cargo o aprovechamiento de restos, de culines sobrantes. Lo cuento.

Acompaño a mi cónyuge, asociada a una mutua de funcionarias/os que, según su edad, van siendo llamadas/os a vacunarse. El centro de vacunación es tan lejano que representa toda una excursión el acudir a la cita. Llegamos al edificio sanitario –lo llaman hospital pero ni tiene quirófanos ni consultas médicas– y pasamos sin colas a la recepción de citados. A la entrada una joven, con uniforme sanitario, nos pregunta si venimos a vacunarnos. Respondo que ella viene a que la vacunen y yo la acompaño. ¿Son ustedes convivientes?, pregunta la, supongo, enfermera. “Sí”, respondo “pero no soy mutualista funcionario”, añado. La joven llama a su supervisora en la recepción y le señala la situación. Nos solicitan los documentos de identidad de ambos. Mostramos los DNI y ella también el de su mutua. La mujer contempla las tarjetas superficialmente y dice, “pasen los dos y que les vacunen”.

En este barullo nacional de vacunación no me planteo si me están haciendo un favor, me están colando, o si resuelven en el descontrol que planea en cuanto a la pandemia. Yo no he porfiado para que me vacunasen. Pertenezco a la Seguridad Social desde hace cincuenta años y me supongo en el turno, por edad, para ser inoculado de un día para otro.

“¿Vienen juntos? Sí. Pasen por aquí y usted siéntese en esta silla y usted en la siguiente. Remánguese y es un segundo, no lo notará”, es la conversación urgente mientras nos quitamos la ropa de abrigo en una mañana fresca de un primaveral Madrid de sol y chubascos. “¿Qué edad tiene?”, me preguntan para distraerme del pinchazo. “Cuatro años más que mi mujer”, respondo, “pero he venido a acompañarla y me han dicho que me vacune junto a ella, aunque no pertenezco a la mutua, soy de la Seguridad Social”. “Si son convivientes, un trámite menos. Ya está. Ahora vayan al registro y regístrense los dos como vacunados”.

Nos levantamos y acudimos al registro tras una pantalla de cristal. Presentamos el carnet para que tomasen nuestros datos y cuando estábamos registrados le digo a la funcionaria: “Oiga, yo no soy de su misma mutua. Yo soy de la Seguridad Social”. Corre la voz entre las demás de la mesa y pregunta qué hace. “Yo he avisado a la entrada y me han dicho que me vacunase por ser conviviente”, les comento. “Pues si ya está vacunado, muy bien”, dice mi registradora mientras una compañera comenta que unos días les dicen que sí y otros que no y nunca saben a qué atenerse. “Pues nada, ya está usted vacunado”, termina la joven que me registró. “Ahora esperen un ratito sentados en la sala por si tuviesen alguna reacción y luego pueden irse”, nos despiden.

Mientras espero ese ratito hablo con mi médica de cabecera del centro de salud que me corresponde. Me pregunta si tengo que darle alguna novedad, ya que tiene un permanente seguimiento de mi salud, y le comunico que cinco minutos antes me han vacunado. Le cuento cómo ha sido y lo señala, sorprendida, en mi historial de la intranet del sistema sanitario madrileño. Me recomienda que le avise ante cualquier incidencia postvacunacional. Transcurridas unas cuantas horas, una llamada del centro de salud me anuncia que me dan fecha para vacunarme. Sin darle tiempo a que dijese día y hora, le señalo a la interlocutora que esta mañana le he dicho a la médica que me corresponde que me había vacunado horas antes. “Efectivamente, aquí lo veo reflejado”, contesta. “Pues nada, le borro de la lista”, añade. Finalmente le pregunto si la segunda dosis me la pondrán en el centro de salud y me dice que será en el mismo lugar donde me inyectaron la primera.

Cuando les conté a las amistades lo ocurrido varios me pidieron el teléfono de comunicación sanitaria porque aún estaban esperando para vacunarse.

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