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Fernando Miranda

Efectos adversos

La pandemia agiganta la brecha social

Mientras medio país está con ganas de dar rienda suelta al ahorro forzoso de los meses de pandemia, otro medio vive con penurias, en vilo, padeciendo una situación laboral inquietante y sin visos de solución inmediata. Le debemos a la crisis sanitaria esta magnificación de la polaridad; este norte y este sur, en apariencia irreconciliables. Es verdad que, aunque en el mapa social siempre hubo brechas, la covid agiganta éstas como socavones en el rostro de un boxeador. Digo yo que, entonces, la recuperación tendrá que ser al menos a dos bandas y no se podrá tapar con apariencias.

Entretanto, habrá que lidiar con la crispación en sus diferentes versiones: la de unos, por no poder viajar y gastar; la de los otros, por haber perdido en tan solo un año un bienestar que nunca creyeron que se les fuera a ir así de las manos. Porque, al parecer, la nueva normalidad ampliará las diferencias y los economistas nos advierten de que eso no será nada bueno. Creceremos lentamente y, lo que es peor, descompensadamente (las piernas más que los brazos… o a la inversa). La covid nos ha comido la moral pero a muchos, además, los ahorros de toda una vida. Y todo esto, por supuesto, dando por sentado que lo más doloroso e irreparable son la pérdida de vidas humanas.

En medio de esta disparidad, admiro a la gente más damnificada que gestiona la adversidad sin perder la compostura. Nos ofrecen una lección diaria con su lucha contra la abnegación. Positividad que intenta salir adelante con cargo a la naturalidad, lo cual, visto desde fuera, parece no mucho menos que un acto heroico. El sentido común, que no el conformismo, se agradece más cuando es entre las personas más olvidadas por los escudos de la pandemia. A mi, al menos me refuerza el sistema inmunitario, tan vulnerable al histrionismo imperante. Me hace bien la calma, me da esperanza esa ciudadanía ajena a los ruidosos mantras callejeros. Esa que te encuentras a la hora de hacer la compra, tras un mostrador o una ventanilla; entre el vecindario, en un paseo… Esa que sale al encuentro preocupada, pero cargada de aceptación, juiciosa (y eso que no es precisamente gente anciana que haya sufrido las calamidades de una posguerra).

Habrá cosas peores que la covid 19 –por ejemplo, una contienda bélica– por eso digo que es reconfortante toparse con un discurso cabal y coherente en el reino de los atajos prepotentes y populistas. Porque de una sociedad en crisis, no se sale saltando de rama a cada hora o cambiando de lobby con mensajes atrayentes. La elocuencia no lo aguanta todo. La desinformación, mucho menos. Así que descarto la incontinencia verbal como guía para afrontar el reto de la recuperación. Prefiero el ejemplo humilde de la calle comprometida, aunque sea sin altavoz.

Mientras tanto, una marca de vacunas hace cambiar criterios poniendo de manifiesto, una vez más, la falta de cooperación entre los hermanos europeos. Ahora que empezábamos a tomar velocidad de crucero en la ansiada inmunización, uno de los viales nos hace dudar hasta el rechazo. Definitivamente, esta pandemia no da respiro y se empeña en hacernos sentir vulnerables a cada paso.

Y ante un horizonte inarmónico como el que los expertos nos auguran, nos vienen a la mente aquellos que serán sus principales actores: los jóvenes. El grupo poblacional más espontáneo, el termómetro social menos táctico. Aquél que de manera natural expresa sus ansias de vivir sin tapaderas. Su posición colectiva es innegable que se ha debilitado. Sin duda, están en el bando de los perdedores, sean hijos o no de descabalgados por la crisis.

Ya ven. Aunque sea de una forma paradójica, la juventud nos iguala porque ella padece colectivamente la diferencia entre retórica y realidad. Chavales y chavalas que ahora mismo no son capaces de soñar con el mundo que nosotros nunca nos atrevimos a renunciar. Lo que venga en la próxima década tendremos que afrontarlo con seriedad, aunque sea por ellos. Nuestros chavales, como la mitad de la ciudadanía, empezarán al sur del sur en el retorno a la normalidad. Sí, con la mochila cargada de efectos adversos.

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