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Laviana

Más allá del Negrón

Juan Carlos Laviana

Elecciones infectadas

La lucha contra la pandemia, utilizada como arma política en la campaña de Madrid

La reciente publicación de “Los que le llamábamos don Manuel” (Seix Barral, 2021) ha rescatado de un cierto olvido a Josefina Carabias (1908-1980), una gran periodista en la línea de Chaves Nogales. Y, de paso, ha proporcionado una visión más personal de la manoseada figura de Manuel Azaña. Cuenta Carabias que el presidente de la República, al que conocía bien, tenía fama de hombre antipático, hosco, soberbio y despectivo. Fama ganada a pulso, según ella, por la declarada fobia del político hacia la prensa, que, a su vez, se vengó ensañándose con él.

Azaña justificaba su desconfianza diciendo que no quería que se malinterpretaran sus palabras. No hay más que ver cómo muchas de sus frases célebres –“España ha dejado de ser católica” o “no quiero ser el presidente de una República de asesinos”– fueron empleadas de forma torticera en favor de intereses particulares y coyunturales.

No sabemos si, de haber vivido hoy, Azaña habría utilizado las redes sociales o se habría plegado a las instrucciones de los spin doctors. Desconocemos si se habría dejado fascinar por la dictadura de la imagen y el todo vale con tal de amasar votos. Probablemente, no. Como buen intelectual, le importaba poco su apariencia y despreciaba la propaganda, una de las armas más letales empuñadas en aquellos años convulsos.

La campaña electoral de las elecciones del 4 de mayo en Madrid está elevando a la categoría del disparate irresponsable la lucha dialéctica. “Ayuso utiliza a los madrileños como rehenes”. “El riesgo de morir en Madrid es un 54 por ciento mayor que en el resto de España”. “Madrid manipula los datos de los contagios”. “Se cree el ladrón que todos son de su condición”. “Sánchez solo sale para hacer propaganda y todo le da igual”. Acusaciones todas ellas de una extrema gravedad y sostenidas sin prueba alguna.

Tenemos la fea costumbre en este país de recurrir a la Guerra Civil para seguir luchando escudándonos en un presunto enfrentamiento fratricida que solo existe en la cabeza calenturienta e irresponsable de algunos. Las amenazas de una ofensiva del fascismo o del social comunismo, que muchos quieren ver en todas partes, no son más que fantasmas alentados por aquellos que o no conocen la historia o quieren utilizarla para masacrar al rival. “A por ellos como en Paracuellos” o “no pasarán”, se ha podido oír en los últimos días.

España, en efecto, vive su peor momento desde la guerra civil. No porque estemos al borde de otro enfrentamiento armado, sino por los efectos devastadores de la pandemia, que se ensaña por igual con izquierdas y derechas. Ese es el enemigo común. La pandemia ha provocado una situación tan alarmante que sería imprescindible un nuevo pacto de todos los partidos en la lucha contra la enfermedad. Las elecciones de Madrid están infectadas por el virus de la demagogia. Los muertos y los enfermos no merecen acabar siendo un arma arrojadiza para quienes quieren alcanzar el poder o mantenerse en él.

A los candidatos, que con tanta ligereza recurren a los años de la república y la guerra, les convendría revisar otras palabras de Azaña. No las que vienen bien a su estrategia electoral, sino aquellas referentes a la función pública y que parecen dirigidas a nuestros actuales mandatarios. “No me importa que un político no sepa hablar –dijo-, lo que me preocupa es que no sepa de lo que habla“.

Y por si esto no fuera suficiente, Azaña también dejó escritas en sus diarios palabras, que él aplicó a la izquierda, pero que hoy bien pudieran destinarse a las estrategias a ambos lados del espectro: “Política tabernaria, incompetente, de amigachos, de codicia y botín, sin ninguna idea alta”. Un día sí y otro también, los candidatos en esta campaña pronuncian improperios que les harían merecedores de adjetivos menos sutiles que los que dedicaba Azaña a los políticos de su época, como “obtusos”, “loquinarios” y “botarates”.

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