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Susana Solís

Futuro Europa

Susana Solís

Una oportunidad de oro... si la aprovechamos

El plan de recuperación europeo

La semana pasada se presentó el Plan de Recuperación, Transformación y Resiliencia. Un documento en el que el gobierno marca unas líneas generales –faltan los detalles, y ya se sabe dónde está el diablo– a partir de las directrices que aprobamos hace meses en el Parlamento Europeo. Estos fondos, lo hemos repetido hasta la saciedad, son una oportunidad de oro: en España, la inversión supera los 10 puntos del PIB, una cantidad que triplica los ingresos habituales de fondos europeos.

En la difícil situación que viven sectores enteros de la economía, cientos de miles de autónomos y pymes que lo pasan muy mal, yo creo que este horizonte ofrece motivos para la esperanza. Pero también hay razones para el miedo: miedo a que estos fondos se pierdan, a desaprovechar la oportunidad.

Mi primera preocupación se basa en la experiencia. España es uno de los países europeos que peor ejecuta las ayudas europeas. A día de hoy, nuestro país ha gastado solo el 43% de los fondos estructurales. El asunto es muy grave: como si fuéramos nuevos ricos, dejamos sin gastar dinero para programas del Fondo de Desarrollo Regional o del Fondo Social Europeo. En este índice, estamos a la cola de Europa, muy por detrás de países a los que antes dábamos lecciones, como Rumanía o Bulgaria.

Un despropósito intolerable que me lleva a esta primera preocupación. ¿Realmente contamos con los recursos humanos adecuados para planear y gestionar en tan poco tiempo esta enorme cantidad de dinero? Llegarán casi 200.000 millones entre el plan de recuperación, los fondos de cohesión tradicionales y nuevos fondos como el de transición justa o el de reacción rápida ReactEU. Si las administraciones y gobiernos (los autonómicos y el de la nación) no cambian su forma de gestionar, mucho me temo que buena parte de este dinero va a caer en saco roto.

Mi segunda preocupación tiene que ver con la forma de asignar estos fondos. Hables con quien hables, se palpa la sensación de que todo el mundo se va a beneficiar. Algunos los califican, erróneamente, de maná europeo. ¿De verdad es así? Yo he recibido una enorme cantidad de consultas de empresas grandes y pequeñas, de asociaciones y ayuntamientos, de hoteleros… En todos predomina la confusión, la frustración y el temor ante la posibilidad de perder este tren. En los medios se ha filtrado la altísima tensión entre Hacienda y las principales comunidades autónomas sobre la falta de información y de control del plan en vísperas de su envío a Bruselas. Es una queja unánime, por encima de colores políticos.

Necesitamos cauces transparentes. No puede ser que la manera de conseguir el dinero europeo sea tener un amigo en La Moncloa. Lo único que se sabe hasta ahora es que se ha creado una figura administrativa, el PERTE, para vertebrar la asignación en proyectos “de interés estratégico”. Estupendo, pero el primero que hemos conocido, el PERTE del coche eléctrico, se ha presentado de una forma que alimenta todos los temores: brillan por su ausencia la información transparente y el respeto a las normas de la competencia.

Los fondos no se pueden decidir a dedo. En un momento en el que España tiene que presentarse como alumno ejemplar en Bruselas, situaciones como esta o la de los 53 millones adjudicados a Plus Ultra no pueden producirse. La asignación debe hacerse de forma clara e inclusiva, teniendo en cuenta a las grandes empresas, pero también a las pymes, que componen la mayor parte del tejido productivo.

Por último, me preocupan los tiempos. La Comisión se endeudará por primera vez en la historia, y tendremos que ir devolviendo el dinero de aquí a 2058. En contra de lo que a tantos les gusta decir alegremente, no hay nada gratis. En esta situación de deuda europea sin precedentes, tenemos que crear nuevos recursos propios, nuevos impuestos –residuos plásticos, régimen de comercio de derechos de emisión, mecanismo de ajuste de carbono en frontera, servicios digitales, transacciones financieras…– que nos permitan abordar las obligaciones contraídas y reducir la dependencia de los recursos tradicionales que aportan los Estados miembros.

Por fortuna, ayer mismo quedó despejada una incógnita importante. El Tribunal Constitucional alemán dio vía libre al proceso de aprobación de los fondos y recursos propios al rechazar una demanda de urgencia de un grupo de economistas y políticos alemanes. No quiere decir que desaparezca la tensión entre los países del sur, que quieren acelerar la llegada de los fondos, y los del norte: una vez que se cruza el Danubio, ya no hay tanta prisa. Lo mismo está ocurriendo con la presentación de los planes de Recuperación, tal y como vimos en la reunión de los ministros de Economía la semana pasada.

Es evidente que transformar la economía europea después de la crisis exige el compromiso de todos los países de la UE. Precisamente por ese gran debate y ese enorme esfuerzo, España no puede fallar en lo que le toca: aprovechar bien la oportunidad del dinero de Bruselas –que es dinero de todos– asegurando las reformas que nos plantean y superando los viejos vicios del clientelismo, el amiguismo y la opacidad.

Los países europeos nos están mirando, y la sociedad española necesita vitalmente esta oportunidad. No la desaprovechemos.

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