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Josefina Velasco

Volver a don Quijote

En el Día del Libro, nada como regresar a las andanzas del ingenioso hidalgo de la Mancha

En las efemérides importa todo: el motivo de celebración y el momento elegido. Tal vez deberíamos mantener que en la relacionada con el Día del Libro solo importa destacar la importancia que los libros, como vehículos del conocimiento y de la creatividad humana, han tenido siempre para lo bueno y, “cruz de la cosa”, a veces para lo malo. Dice en su definición el diccionario nuestro RAE que “escudo” es un arma defensiva y que “ignorancia” es la falta de conocimiento. Recurriendo al intelectualismo moral socrático “el conocimiento del bien y de lo justo determina a la voluntad a actuar bien y justamente” lo que significaría (¡ojalá fuera cierto!) que el saber inhibe la maldad. Pese a que muchas veces la palabra escrita sea tan solo “apariencia de sabiduría y no sabiduría verdadera”, como le recordaba Thamus, el rey, a Theuth, el descubridor de las letras, la ya larga historia del hombre cuenta con un equipaje nutrido de textos que son la huella del devenir humano. En tablillas, sobre papiro, pergamino, papel o dispositivo electrónico, quedan grandes cosas relatadas para saber más, para avanzar y algunas que hay que conocer para relegar. Para ir sobre seguro y también para evitar trampas.

El libro en fin se ha presentado en infinidad de formas y materias y ha servido para trasmitir de todo. Sin él el mundo en el que nos movemos sería imposible, así que bien está celebrarlo. Y buscando buenos motivos, ideamos una coincidencia, aunque sea trucando fechas para festejar “El día mundial del libro y del derecho de autor”, proclamado por la UNESCO en 1995, a instancias de España, como hito simbólico de la literatura universal al coincidir, casi, el 23 de abril de 1616 con la desaparición de los escritores William Shakespeare, Miguel de Cervantes y el Inca Garcilaso de la Vega; reproduce la web de la organización mundial de la educación este año un breve de Rubén Darío indicando que “El libro es fuerza, es valor, es poder, es alimento; antorcha del pensamiento y manantial del amor”. Como todos desde hace décadas, se ha designado una “capital del libro” correspondiéndole el honor a Tbilisi (Georgia), una ciudad a caballo entre oriente y occidente, multiétnica y multicultural. Forma ya parte del protocolo mundial del libro.

En el caso de España, la celebración del Día del Libro, se remonta a la década de los años veinte del pasado siglo ya que “el 6 de febrero de 1926, el rey Alfonso XIII aprobó y firmó el Real Decreto por el que se estipulaba que el 7 de octubre de todos los años se conmemoraría el nacimiento de Cervantes con una fiesta dedicada al libro español”. Así pues, desde el principio fue el genio de don Miguel quien marcó la fiesta. Pero las dudas sobre la fecha real del nacimiento y el hecho de que una celebración de calle sería mejor en primavera, hizo que en 1930 se acordara trasladar al 23 de abril la salida anual de los libros a la calle, esta vez honrando su muerte, aunque realmente acaeció el 22 de abril de 1616, hace la friolera de 405 años.

La fuerza creativa de Miguel de Cervantes, genio de las letras, está impresa en toda su obra, motivo por el que el mayor galardón de las letras españolas lleva su apellido. Este abril, por segundo consecutivo, tampoco el poeta Francisco Brines, el “Premio Cervantes 2020”, podrá tener su ceremonia en la Universidad de Alcalá de Henares, patria chica cervantina, pero la designación ha sido siempre un honor grande.

Tal vez pocos personajes han tenido en el mundo literario la fuerza vital y la proyección poderosa que ha logrado Don Quijote, el enclenque e incansable hidalgo, perdedor de mil batallas y vencedor glorioso en la inquebrantable voluntad de no cejar ante el desaliento ni la adversidad. Esa especie de alter ego de su creador ha encandilado a todos los públicos y mantiene su actualidad permanente. Sus conversaciones con su escudero Sancho Panza, tan pegado a la tierra como admirador de la locura luminosa de su señor, son una fuente permanente de “filosofía mundana” de la buena, mantenida con los personajes que se encuentran en su andariego vivir, tan de ayer en apariencia, tan de siempre en realidad.

Don Quijote de la Mancha, pese a su vejez (416 años) mantiene el vigor juvenil que siempre portó “lanza en ristre” don Alonso Quijano. Por ese motivo, cada vez que se realiza un estudio sobre los libros más influyentes o los más leídos de la historia, sean cinco, diez, cincuenta o los que sean, ahí están las andanzas del manchego compitiendo con La Biblia o El Corán. En el año 2002 en la lista de las mejores obras literarias, votadas por cien escritores de cincuenta y cuatro nacionalidades, encargada por Norwegian Book Club, para que ninguna obra prevaleciese sobre otra, se ordenó el resultado alfabéticamente, “con la única excepción de Don Quijote, que encabezó la lista siendo citada como ‘el mejor trabajo literario jamás escrito’”.

Ciertamente la nómina de buenos libros, necesarios para mantener viva mente y cuerpo, ha sido larga, desde aquel poema mesopotámico de Gilgamesh cinco mil años atrás que “todo lo sufrió y todo lo superó”, o el estratega Sun Tzu que aplaudía un arte de la guerra donde vencer al enemigo sin luchar era lo máximo, pasando por las obras de filosofía griegas, fundamento de nuestra sociedad, o la sucesión incontable de documentos de religión, ciencia, técnica y narración de todo género, incluyendo las malditas que no debieron ser pero fueron. Casi es pecado nombrar escritores, ¡hay tantos buenos! Pero para eso están las listas a las que tan acostumbrados estamos y que cada cual elija la suya. Como decía la buena vendedora de “La librería ambulante” en un buen libro cabe todo, el cielo y la tierra y hasta la rosa de El Principito.

Pero volviendo al que siempre hay que volver cada mes de abril reforcemos el ánimo. Tal vez el “bálsamo de Fierabrás” aún no haya hecho su efecto y el gigante disfrazado de invisible virus perturbe nuestro espíritu, pero no detengamos la lucha: “Todas estas borrascas que nos suceden son señales de que presto ha de serenar el tiempo y han de sucedernos bien las cosas, porque no es posible que el mal ni el bien sean durables, y de aquí se sigue que, habiendo durado mucho el mal, el bien está ya cerca”.

Feliz Día del Libro.

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