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Xuan Xosé Sánchez Vicente

El caballo de Sabino y una aliteración

El curioso comportamiento de la derecha contemporánea respecto a la lengua asturiana

El PP acaba de presentar en el Congreso una propuesta para que la institución se declare contraria a la oficialidad del asturiano. Seguramente, hasta los leones de la puerta se habrán sorprendido ante tan extravagante moción. Es el Parlamento Asturiano, a través de la reforma estatutaria, quien puede pronunciarse, en su día y en su caso. Nadie más.

Se me ocurren muchas comparaciones para subrayar la extravagancia de la propuesta, la inadecuación del lugar, su inocuidad, lo paraxismero de la misma. Quizás el mejor parangón podría establecerse con una propuesta llariega del mismo carácter disparatado. Corría el año 1979. Ya gobernaban en los concejos los primeros ediles elegidos democráticamente. Al parecer, el caballo de un tal Sabino, que gozaba de las hierbas y las yeguas del Sueve, disponía de un instrumento fecundador semejante al que la correspondencia entre el novelista Camilo José Cela y el poeta Alfonso Canales dieron a conocer a toda España como “el cipote (o falo-faro) de Archidona”; instrumento fecundador que, sin los instrumentos limitadores que dice la fama tenía que usar Fernando VII en su miembro viril, destrozaba a las yeguas.

Pues bien, feminista avant la lettre o preocupado por sus propiedades semovientes, se presentó en el Ayuntamiento de Parres un ciudadano exigiendo que se colocase un bando prohibiendo al afamado caballo montar a las yeguas del Sueve.

Tal para cual. El bando del caballo y la bandería del PP en el Congreso.

Es curioso cómo la derecha contemporánea asturiana se comporta con respecto a la lengua asturiana. Ya no es que su relación con ella sea diferente a la que tiene la derecha en otras comunidades, como en Galicia, es que ignora la historia de Asturies y la relación con el asturiano de lo que podríamos llamar la derecha histórica. Desde el primer escritor conocido, el clérigo Marirreguera, hasta prácticamente los años sesenta del siglo pasado, han sido los nobles (Xovellanos), la Iglesia (el arzobispo Manuel Fernández de Castro), los propietarios, las instituciones del franquismo (el IDEA, en un primer momento) los principales escritores, practicantes y defensores del asturiano. Es más, aún las generaciones de cierta edad conocen hoy y hablaban el asturiano, si no siempre, en determinadas situaciones comunicativas. Actualmente, sin embargo, los representantes políticos parecen imbuidos de una especie de odio hacia el asturiano que, en la práctica, se traduce en la persecución de sus hablantes. Incluso, esa incomprensible fobia lleva a ciudadanos –respetables, por otro lado, en otras manifestaciones de su vida– a piafar y bufar en el Campoamor cuando se les pide en asturiano que apaguen sus móviles, una pérdida de compostura y decoro sorprendente.

De seguir así esta cruzada contra el asturiano, con diputados declarándose analfabetos, no me extrañaría llegar a ver una escena semejante a esta en la Xunta:

El diputado cierra su discurso con un ciceroniano “¡O tempora, O mores!”. De las filas del PP se levanta una voz que dice que no entiende, que no se le hable en asturiano. El diputado aclara que no habla en asturiano, que ese “mores” no se refiere al Morus nigra, al Rubus fruticosus ni a ninguna otra especie de mora de la morería.

Y entonces se siente una Vox clamantis in hemiciclo:

—¿Ven? ¡Ya lo decimos nosotros! ¡”Morus nigra y Rubus fruticosus”! Eso del bable es un puro invento.

¿La aliteración? ¡Ah, sí! Es que, no sé por qué, me han venido a las mientes aquellos versos de Góngora: “Infame turba de nocturnas aves / gimiendo tristes y volando graves”.

Ignoro la razón.

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