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Jonás Fernández

Apostar por la juventud

La necesidad de pensar en un sector de la población que ha sido duramente golpeado por la crisis

El impacto de la pasada crisis financiera sobre las generaciones más jóvenes fue extraordinariamente negativo. Los problemas de inserción en el mercado laboral, la mayor incidencia de la temporalidad y los peores niveles de formación relativa respecto de otros países europeos concentró en los jóvenes los costes de aquella recesión. Además, en los hogares jóvenes con hijos a cargo, los riesgos de cronificar generacionalmente el shock de la crisis agudizaba aún más los efectos de la Gran Recesión. Tal es así que, durante el periodo posterior de crecimiento, si bien el PIB per cápita recuperó los niveles de 2007 diez años después, las rentas de las generaciones más jóvenes no alcanzaron las cuantías previas.

En torno a este debate, el Banco de España publicaba el pasado lunes un informe que repasa pormenorizadamente la situación económica de las generaciones más jóvenes, especialmente ante el impacto negativo que en ellas tiene la presente crisis provocada por la pandemia.

En primer lugar, los análisis disponibles sobre el rendimiento educativo durante los meses de confinamiento en el pasado curso escolar adelantan una reducción significativa de los niveles de aprendizaje. Así, en Bélgica, los resultados en Matemáticas y Lengua se redujeron significativamente respecto a los datos del curso previo, mientras que, en Estados Unidos (programa Zearn), el rendimiento en matemáticas se redujo a la mitad en aquellos colegios con más estudiantes de renta baja. Parece razonable adelantar resultados similares en nuestro país, habida cuenta del menor nivel educativo en varios índices internacionales, y de la correlación con las oportunidades de los estudiantes en hogares de renta baja, una cuestión que debería alertar aún más a las autoridades españoles.

Por otra parte, la renta mediana de los hogares españoles de la generación menor de 35 años en 2007 se ha mantenido plana en el periodo que ha transcurrido hasta 2018. En el mismo sentido, la cohorte que contaba entre 35 y 45 años en 2007 tampoco ha registrado incremento alguno durante los siguientes once años. Este comportamiento contrasta con las evidencias previas, donde la renta se incrementaba con la edad, de una manera especialmente intensa durante los primeros lustros de actividad en el mercado laboral.

Pero aún peor, estos datos de rentas medianas no nos permiten observar la evolución de los percentiles de esos jóvenes por nivel de renta. En torno a un tercio de los menores de 30 años no reciben ingreso individual alguno, porcentaje que se ha elevado en estos últimos meses hasta cerca del cuarenta por ciento. Además, la tasa de temporalidad las persones menores de 30 años supera el cincuenta por ciento. Y esta tasa de temporalidad se concentra en los jóvenes con menores estudios, cuyos contratos se realizan por un periodo medio de tres meses.

En la misma línea, los ERTEs, que han venido protegiendo razonablemente bien el empleo durante esta pandemia, no han tenido efectos similares entre los trabajadores más jóvenes, cuyas probabilidades de retornar al empleo son significativamente más reducidas que para el resto de la población. Por todo ello, la variabilidad sobre la renta prevista alcanza el sesenta por ciento para los más jóvenes con ingresos más reducidos, lo que contrasta con apenas algo menos del diez por ciento para las generaciones con edades superiores a los 45 años con mayores ingresos.

Con estos datos, no debe extrañarnos que cerca del noventa por ciento de los nacidos en 1988 vivía con sus padres a los 26 años, un porcentaje cinco puntos superior al de los nacidos en 1976 cuando tenían la misma edad. Quizá todo ello pueda resumirse en la tasa de paro de las personas menores de 25 años, que supera el cuarenta por ciento.

Con todo esto en mente, y la espera de conocer mejor el impacto de esta pandemia, pero sobre todo el ritmo y los canales de recuperación, resulta evidente que las políticas públicas deberían focalizarse más sobre los más jóvenes. Jóvenes que, por otra parte, han venido sufriendo de una manera acentuada los efectos de las necesarias medidas de confinamiento y distanciamiento social, por motivos como la menor protección de los ERTEs, por la mayor incidencia de la contratación temporal, el empeoramiento de las condiciones educativas, o directamente, la imposibilidad de acceder a un primer empleo.

Si, como decía Woody Allen, “me interesa más el futuro, porque es donde voy a pasar el resto de mi vida”, deberíamos pensar más en las generaciones jóvenes, porque de ellas dependen tanto el presente como la viabilidad de nuestras sociedades a largo plazo.

Y esta apuesta debe hacerse con un claro liderazgo político, porque, en el marasmo político-electoral actual de nuestro país, lamentablemente los jóvenes son cada vez menos en los censos de electores. Atención.

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