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Carmen Martínez Fortún

Pablo, yo sí te creo

La importancia de no banalizar la violencia

Cuando Podemos era Podemos y suponía para tantos –nunca para mí– aire fresco, indignación terapéutica y promesa de ruptura del bipartidismo enquistado, Villacís denunciaba ante Bescansa en un debate televisado agresiones graves contra Ciudadanos en Madrid. Me sorprendió la frialdad ayuna de empatía de la réplica, sin asomo de sororidad –¡qué difícil que las mujeres de izquierdas la muestren con las que no lo son!– respondiendo que a ella también la increpaban a menudo y que, “tú lo quisiste, fraile mostén, tú lo quisiste, tú te lo ten”. Eran los años de los escraches a Sáenz de Santamaría, madre de un niño de tiernísima edad, o de los acosos a Cifuentes, aquel “jarabe democrático” de Iglesias. El mismo que ayer animaba a normalizar el insulto. El colega del portavoz que transformaba en kétchup la sangre derramada por una joven de Vox.

Mucha gente habrá olvidado –yo no– aquel: “nos conviene que haya tensión” deslizado por el presidente del talante, Zapatero, al oído de Iñaki Gabilondo, que le mostraba una devoción algo menor que la de Angels Barceló ante Iglesias en el último escándalo de la SER.

Podemos las personas de derechas sentirnos tentadas a comparar la actual reacción de varios dirigentes de la izquierda ante las inadmisibles amenazas, con la de Rajoy al encajar aquel solemne tortazo que tanta gracia hizo a tanta gente. Pero no debemos. La violencia verbal, icónica o física es execrable y nunca hay que banalizarla. Nunca. Caer en el juego del negacionismo, el “lárguese usted”, el considerar menos grave para otro lo que condeno para mí, es inmoral e imposibilita para la política. O debería. Lo mismo que favorecer la crispación desde el gobierno, ponerle el apellido de un partido político rival a amenazas ya anónimas ya de un enfermo mental, utilizar las instituciones para atribuir a la oposición la violencia, llamarla fascista como Lastra o criminal como Marlaska.

Como ha dicho Joan Baldoví, aquí venimos antifascistas ya de casa. Pablo, yo sí te creo. No eres el único amenazado en la historia. Deja ya de tomarnos por tontos.

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