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Jorge J. Fernández Sangrador

Celata Pulchritudo

A la fe por el arte sacro: la muestra de los secretos y curiosidades de las obras de los Museos Vaticanos

La Piña de bronce, de cuatro metros de altura, ha sido repuesta en el patio homónimo del Vaticano. Fue retirada para su restauración en 2019 y ahora luce de nuevo, espléndida, en el capitel de mármol sobre el que reposa. La hizo, entre el siglo I y el II d.C., Publius Cincius Salvius. Tal vez para un edificio, una fuente o un monumento del romano Campo de Marte.

Los peregrinos de la Edad Media la vieron en el atrio de la basílica constantiniana de San Pedro, en el lugar para las abluciones conocido como “cantharos Paradisi”. Mas, a causa de las labores de construcción de la nueva basílica, fue trasladada a una de las terrazas del Belvedere y, desde el siglo XVIII, se yergue majestuosa bajo el enorme “nicchione” que actualmente la resguarda.

Dante la menciona en el Canto 31 del Infierno al describir la faz de Nemrod, uno de los primeros gigantes que el poeta encuentra al llegar a la ciudad de Satán: «Me pareció su cara larga y gruesa como la piña de San Pedro en Roma, y de esa proporción los demás miembros».

A los visitantes de los increíbles Museos Vaticanos se les ofrece la ocasión de admirarla cuando, en el recorrido por las exuberantes galerías, encuentran un momento para descansar al aire libre en el Patio de la Piña. Sin embargo, ya de camino hacia la Capilla Sixtina, al pasar por la Sala de las Musas, deseosos de llegar cuanto antes al santuario de los frescos de Miguel Ángel Buonarroti, no suelen detenerse ante el Torso del Belvedere, que se halla justamente en el centro de la Sala, sita en el Museo Pío Clementino.

El Torso, escultura de mármol modelada por el ateniense “Apolonio, hijo de Néstor”, como figura en la firma, es del siglo I a.C. Se cree que es la representación del héroe griego Áyax Telamonio en trance de meditar su propia muerte. Y ha sido precisamente ese Torso el que ha inspirado la anatomía de los cuerpos esculpidos o pintados por Miguel Ángel, haciéndose, así, merecedor del título de «discípulo del Torso».

Aunque no sólo de los de Buonarroti, sino también de los de otros muchos creadores, que, desde el siglo XVI, se desplazaron a Roma para, en aquella «escuela del mundo», que son las colecciones papales, dibujar los esbozos a partir de los cuales realizaron sus obras artísticas. Entre otros, Rodin, autor de “El pensador”.

En abril se ha difundido ya el primero de una serie de vídeos, editados por el Vaticano, que serán colgados en la red una vez al mes durante todo el año 2021. El que se encuentra actualmente en YouTube, con una duración de 5 minutos y 12 segundos, está dedicado al Torso del Belvedere y a su significación en la Historia del arte. El programa se titula “Celata Pulchritudo. Los secretos de los Museos Vaticanos”. Está en varios idiomas. También en español.

En los próximos meses, conoceremos, gracias a esas entregas multimedia, los secretos, las curiosidades, las anécdotas, las historias que esconden, en su belleza, las magníficas obras custodiadas en los Museos Vaticanos, cristianas y precristianas, únicas en sus respectivos géneros y cuidadas para deleite de todo el mundo, generación tras generación, en aquellas aulas regias, a la par que sobrias.

Detrás de ellas, además de los ya desaparecidos, y anónimos muchos de ellos, autores, están también silenciosos conservadores, restauradores y estudiosos, que las protegen, las tratan, las reparan y las interpretan. Y los mecenas. De éstos, cabe mencionar a los “Patrons of the Arts in the Vatican Museums”, asociación erigida en los Estados Unidos de América con el fin de financiar la restauración y la conservación de las obras de arte de la Santa Sede, dar a conocer el patrimonio cultural, espiritual e histórico de los Museos Vaticanos, así como mejorar sus instalaciones y acrecentar sus colecciones.

En la última visita al Papa de los “Patrons”, Francisco les dijo: «Contemplar el gran arte, expresión de la fe, nos ayuda, en particular, a redescubrir lo que importa en la vida. De hecho, el arte cristiano nos conduce a nuestro interior y nos eleva por encima de nosotros mismos: nos devuelve al Amor que nos creó, a la Misericordia que nos salva, a la Esperanza que nos aguarda».

Y añadió: «En nuestro mundo inquieto, hoy desafortunadamente tan desgarrado y afeado por el egoísmo y la lógica del poder, el arte representa, tal vez incluso más que en el pasado, una necesidad universal, ya que es fuente de armonía y paz y es una expresión de la gratuidad». Y a esto, tan bellamente expresado por el Papa, es a lo que aspira a contribuir el Centro Cultural Santa Ana de Oviedo.

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