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Xuan Xosé Sánchez Vicente

Los límites del limón y la paradoja ontológica

El errado discurso de la izquierda al meter en el mismo saco derecha y fascismo

Arrojar la cara importa, / que el espejo no hay por qué

El día 23 de abril don Pablo Iglesias entraba al debate de la SER dispuesto seguramente a romper y marchar. El pretexto se lo dio Rocío Monasterio con una no muy medida respuesta. Don Pablo largó diciendo que la actitud de Vox era de apoyo implícito a la violencia y, por tanto, de fascismo. Arrastrados por don Pablo, arrancaron también don Ángel y doña Mónica (doña Isabel no estaba). Desde ese momento la campaña de las tres fuerzas de izquierda, desde sus bots mediáticos, desde el Gobierno y desde La Moncloa, consistió en un discurso que aunaba directamente a toda la derecha y el fascismo (se insistió reiteradamente en que el PP condenase a Vox: si es que no lo hacía, era igual), sumando a ello el recuerdo de la Guerra Civil (las trincheras, el “no pasarán”) y del franquismo.

Y hasta el día mismo de la votación exprimieron ese limón, pensando que contenía la suficiente sustancia para: a) movilizar a todos los suyos, b) hacer retrotraerse a algunos votantes del “enemigo”. La confianza en la efectividad del discurso se basaba (y basa) en lo que se tiene por una evidencia apodíctica, que no siendo la mayoría de la población ni capitalista ni burguesa (¿qué encerrarán exactamente bajo este concepto?) deberían votar a la izquierda de forma natural, o, si quieren, a quien va a representar en exclusividad sus intereses.

Ahora bien, ese discurso (esa “ideología”) no es más que una visión voluntarista de la realidad. Es cierto que en la sociedad industrial de los primeros momentos había un grupo grande de trabajadores que se movían en la misma dirección (pero cuánto voto de derechas hubo entre “la clase obrera”, así como sindicatos católicos, por ejemplo). Ahora bien, esa uniformidad antañona hace tiempo que se ha fraccionado por la complejidad creciente de los trabajos, las tareas y las representaciones del mundo hodiernas. Y, así, el limón dio todo su jugo, pero era lo que contenía, no lo que pensaron los Pablos, Ángeles y Mónicas que guardaba en su interior.

Ello, además, nos lleva a una paradoja ontológica, la que se sustancia en la metafísica expresión de “un obrero que vota a la derecha es un imbécil”, y que viene a ser la que ha explotado en muchos comentarios de las redes sociales al conocerse los resultados electorales, acusando a los madrileños de tontos, fascistas, traidores, etc.

Si se mira el mapa del voto por distritos de Madrid, en todos, menos en dos, el PP ha arrasado, incluidos aquellos que eran considerados tradicionalmente como obreros y/o de izquierdas. Ahora bien, si han votado al PP desde su condición proletaria-izquierdista es que no tienen tal condición (no quiero yo usar los calificativos con que los motejan sus hasta ahora conmilitones emocionales). Y si no tienen tal condición, ¿por qué se les exige que voten lo que no les es “connatural”? Más aún, ¿para qué quieren defenderlos si es que, realmente, no son de los suyos o renuncian a ello?

Y no se trata solo de que un discurso que ficciona la realidad y la sueña como un pasado que solo existió relativamente no vea (o no quiera ver) la complejidad del mundo actual y de los individuos reales, sino de que la gente tiene también memoria. ¿O es que, por ejemplo, si se viene aquí a Asturies, los miles de emigrantes asturianos no saben de verdad qué poco tienen que ver los discursos de empleo y riqueza de la izquierda sempiternamente gobernante con la realidad? ¿O que acaso, en Madrid o en toda España, no han visto que las preocupaciones y discursos de quienes dicen defenderlos tienen en los últimos tiempos poco que ver con sus preocupaciones y problemas reales y sí, muchas veces, con discursos de ámbitos universitarios o que no tienen mucha más sustancia que la retórica política con que se visten, y que, incluso, puestos en práctica para salvar el mundo, destruyen el empleo existente sin crear apenas otro?

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