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Javier Gámez

¿Progreso?

Las “mejoras” que se han ido incorporando a nuestras vidas

Hay palabras cuyo mero enunciado es signo de positividad, y una de ellas es “progreso”, porque esta palabra lleva implícitamente la idea de “mejora”. Ahora bien, si ponemos nuestros ojos y nuestros pensamientos en todo lo que ha acontecido en los últimos años, en todas las “mejoras” que se han ido incorporando a nuestras vidas, ¿hemos “progresado” adecuadamente?, ¿han mejorado nuestras vidas? Y aquí entra la dicotomía entre lo material y lo espiritual.

No cabe duda de que, desde un punto de vista material, el mundo ha progresado, ha mejorado, nuestras expectativas de vida se han alargado considerablemente…, pero, ¿qué vida? Nadie puede discutir que en el mundo de la medicina los avances han sido espectaculares, y enfermedades antes mortales, hoy son curables; nadie puede discutir que hoy en día podemos hacer viajes y travesías antes que antes nos llevaban días o meses y que hoy las hacemos en sólo unas horas; nadie puede discutir los avances en el mundo de la comunicación, de la carrera espacial, de las nuevas tecnologías… Ahora bien, todo ello, ¿nos ha hecho progresar como personas? Me hago muchas preguntas: ¿hemos progresado en los valores positivos propios de la condición humana?; ¿ha progresado la relación entre padres e hijos?; ¿ha progresado el cuidado y la atención a nuestros mayores?; ¿ha progresado la atención al ciudadano por parte de la Administración? Creo que todo se determina en base a la inmediatez, a la rapidez con la que se vive hoy en día, a la “necesidad” de ser el primero o llegar el primero, donde la reflexión y la pausa necesaria para actuar y vivir como personas cada día están más en desuso.

Voy a poner tres simples ejemplos: un viaje entre Madrid y Sevilla, en esa maravilla del progreso que es el AVE, viaje que dura apenas dos horas y media y que antes (hablo de un tiempo relativamente reciente) se hacía en no menos de siete horas, en donde la contemplación del paisaje o la charla con los compañeros de viaje eran proclives a la salud emocional y a las relaciones personales; otro ejemplo son las redes sociales, una maravilla tecnológica, un hito para la historia, sí, pero que también nos han traído gravísimos problemas (incomunicación –¡qué contradicción!–, acoso virtual, fraude…); y, finalmente, los medios de comunicación, donde la documentación, el contrastar la noticia, el periodo de reflexión…, han dado paso a las antes mencionadas inmediatez y rapidez, que en muchas ocasiones desinforman más que informan. Y un apéndice: la política, sobre todo la actual. ¿Hemos “progresado” en la actividad política? Sí, respecto a la política o a la vida pública de hace doscientos años, sí, pero, ¿y en la actualidad? Sirva de ejemplo el espectáculo (malo) de la actual ¿política? de nuestro propio país, donde el insulto, la descalificación, la mentira y el egoísmo campan a sus anchas, en detrimento del debate sosegado, del servicio público y del bienestar de los ciudadanos.

Está claro que el progreso es necesario, ¡faltaría más!, que el mundo ha de progresar… adecuadamente, nunca a costa de arrinconar los valores humanos, la buena convivencia, la estabilidad emocional y una vida digna en lo espiritual y duradero, no en lo material y perecedero. Cuando el escalador escala la montaña, mira a la cima, le importa llegar a ella, pero también le importa, incluso más, bajar de ella y seguir vivo. Sólo doy un sí rotundo al progreso médico; en lo demás, no juguemos con las “cosas del comer”, que diría el castizo, o las “cosas del alma”, que digo yo.

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