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El arte es la propia vida

Una obra que va más allá de la mera representación y rompe límites formales

La artista Marina Abramovic es una referencia imprescindible del arte contemporáneo. Desde una comunicación plena con el público, a través de la acción perfomática, sus planteamientos estéticos, más allá del inquietante interés que siempre despiertan, de su atractivo o rechazo, conectan con ámbitos dormidos en cada ser humano. Las acciones que a lo largo de estas décadas ha desarrollado, utilizando como único soporte su propio cuerpo y su mente, contienen siempre una energía y fuerza vital que conmueven, planteando una constante revisión de los cánones establecidos. En “Derribando Muros”, libro autobiográfico que profundiza en los porqués de su trabajo, se entienden muchos de los aspectos implícitos en su manera de concebir y desarrollar sus proyectos, evidenciando cómo la creación plástica no se puede desligar de la vida y cómo las pulsiones personales de la artista lo son también del resto de la humanidad. En “Derribando Muros” la artista se pregunta sobre el papel que cumplen sus performances en el mundo; acciones que son proyecciones de ella misma y cuyo único instrumento es su cuerpo. Las disciplinas artísticas poseen herramientas que colaboran en la configuración de una obra de arte, así ocurre con la pintura, la fotografía, el cine, la música o la danza, ámbitos imbricados también en sus proyectos, sin embargo, el arte performático en estado puro se sustenta sobre sí mismo, sobre el cuerpo de su creadora y su relación con el entorno; en este sentido Marina Abramovic ha concebido su trabajo desde el compromiso de su propio ser –físico y mental– con asuntos concernientes a la existencia. Sus acciones van más allá de la mera representación, traspasan y rompen los límites formales, profundizan en aspectos claves de nuestro ser. Utilizando su cuerpo como instrumento, evidencia una realidad palpable y visible y es, en ese mismo acto perfomático, en el que se halla la justificación de su trabajo, en la acción como acto de comunicación, de sanación y de vida, “siento cada vez más que el arte es la propia vida”.

Es en esta línea en la que se sitúan la mayor parte de sus trabajos, desde “Ritmo 10” (1973) hasta “La artista está presente” (2010), sus propuestas se conciben como ritos propiciatorios capaces de desencadenar todo tipo de experiencias en quien las contempla. Aunque la evolución artística de Marina Abramovic ha derivado hacia ámbitos en los que el espectáculo enmascara la incuestionable calidad de cada una de sus propuestas, en ellas se sigue condensando una poderosa tradición de artistas performáticos de los que, sin duda, es heredera, desde la trasgresión del accionismo vienés hasta la figura de Joseph Beuys. Sin embargo, un aspecto destacable de su trabajo –que la separa de estos predecesores– es el de su absoluta y plena implicación personal en cada uno de sus proyectos. La verdad de sus acciones está ligada a verdades universales y a tanto dolor y sufrimiento silenciados. En cada acción, la energía que desprende, abre heridas ocultas, acercándonos a su comprensión, e incluso su sanación, dice la artista que “es necesario atravesar el dolor para llegar a un estadio que pueda derribar los muros que nos contienen”.

Es importante reconocer el papel de una creadora como Marina Abramovic, su trayectoria, desde siempre, ha estado ligada al compromiso con la vida, su reconocimiento es también el de tantas artistas de este ámbito inmaterial e impreciso de la creación como Joan Jonas, Esther Ferrer, Tania Bruguera o Ana Mendieta, con ellas tenemos asegurando un espacio para la libertad.

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