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Martín Caicoya

Sobre la inmunidad de rebaño

El retorno a la normalidad tras la pandemia de covid

Para algunas personas el sintagma “inmunidad de rebaño” es ofensivo. No lo sería si conocieran su origen. Lo escribió así el veterinario de Kansas George Potter, en el seno de una epidemia de aborto contagioso. En el “Journal of the American Veterinary Medical Association” la menciona en 1916 y más adelante con estas palabras “la enfermedad del aborto puede compararse con un incendio que si no se le agrega combustible pronto se extingue. La inmunidad de rebaño se desarrolla, por lo tanto, reteniendo las vacas inmunes, criando a los terneros y evitando la introducción de ganado foráneo”. Esa idea la investigó el bacteriólogo W. C. Topley y comprobó que en las epidemias experimentales en ratones, en ausencia de afluencia constante de ratones susceptibles, la presencia creciente de individuos inmunes le pone fin. En un artículo de 1923 describe este fenómeno como “inmunidad de rebaño”. Con esas palabras la usó Sheldon Dudley cuando investigaba la dinámica de las epidemias en los cadetes de la Royal Navy, especialmente la difteria y escarlatina. Era 1924.

La imagen de un incendio es bastante elocuente. Para apagarlo muchas veces se acude al cortafuegos, una barrera incombustible que lo encierra hasta que se consume. Esos son los inmunizados, ellos aíslan a los infectados evitando así que el microbio salte a los susceptibles. Pero eso solo ocurre si los inmunizados no son contagiosos. Lo pueden ser cuando la vacuna no evita la colonización y el sujeto es portador.

En el caso de los virus no existe status de portador. Aclaro que se trata de personas que albergan la bacteria, pero esta, a pesar de ser patógena, no invade. No se debe confundir con la convivencia beneficiosa que tenemos con el microbioma. Volviendo a los virus, ellos solo crecen y se multiplican si invaden a un huésped: una célula. Como saben, penetra la membrana, muchas veces mediante una llave que encuentra la cerradura adecuada, y viajan hacia su objetivo: el material genético. Allí se incrusta y lo obliga a crear copias, miles, millones de copias de sí mismo. Por tanto, un virus si invade siempre produce enfermedad de las células afectadas. Pero si no se extiende mucho, quizá no se manifieste clínicamente. Es una enfermedad subclínica como ha ocurrido de manera tan frecuente en esta epidemia. Estos sujetos pueden contagiar, quizá menos que los enfermos, pero contagian.

Ese status de enfermos subclínico no se descarta en los inmunizados. No lo sabemos. Solo sabemos que las vacunas evitan la enfermedad grave y la mortal en más del 90% de los casos. Pero nadie ha investigado, es muy caro, si evitan la enfermedad silente. Si no lo hace, la inmunidad de rebaño está comprometida.

A esta teoría se une otra inquietud. Son las mutaciones. Desde el principio se dijo que este virus es muy estable, que no debemos temer un comportamiento como el de la gripe. Pero aunque sea estable, por muy poco que mute, cuando tiene tantos millones de oportunidades, lo hace. Y lo seguirá haciendo. Esas mutaciones, hasta la fecha, parece que no evitan la inmunidad que produce la vacuna. No totalmente, al menos. Pero quizá parcialmente. De manera que los inmunes pueden tener una cierta susceptibilidad a padecer enfermedad leve cuando son atacados por algunas mutaciones.

Al principio de la epidemia se calculaba que la inmunidad de rebaño se alcanzaría con menos del 70% de la población vacunada. Se basaba en la capacidad de propagación de este virus: cuánta más personas infecten, de media, cada enfermo, más alta tiene que ser la cobertura vacunal. Ya con la epidemia avanzada los expertos elevaban el porcentaje a 80% o incluso cerca de 90%. Y ahora son ya muchos los que no apuestan por este fenómeno para controlarla. Quizá se convierta en un conviviente que afectará de manera leve a una población cada vez con más defensas contra esta variedad de coronavirus, y como ocurre con tantas infecciosas, cuando ataca a niños apenas producirá enfermedad mientras que su sistema inmune aprenderá a defenderse.

Estamos en un momento interesante al que durante meses esperábamos llegar. Cada vez más personas tienen armas contra el virus, lo que facilitará una progresiva vuelta a la normalidad. Esta semana el CDC, la autoridad más importante en enfermedades infecciosas, que en esta epidemia había perdido su autoritas, se ha atrevido a levantar la obligación de uso de mascarilla a los vacunados. Es una medida sin duda polémica y de complicada aplicación que muestra cómo estamos dando pasos hacia un mundo con menos restricciones. Son muchas las cosas que debemos aprender de esta formidable y horrible experiencia. Creo que en el ámbito de la epidemiología y las enfermedades infecciosas saldremos más reforzados. Seguro que también en otros campos. Un aprendizaje muy costoso en vidas, salud y dinero. Estamos obligados a aprovecharlo.

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