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José María de Loma

Dietario con gorra

Entre Tintín y las tardes de los ochenta escuchando el Carrusel

Uno de los efectos de tener familia es que se te acaba la autodeterminación peluda. O pelosa. Peliaguda. Has de cortarte el pelo según el criterio de quienes te miran bajo el mismo techo. Para mí que aún no está muy largo. El peluquero es un hombre simpático que me informa de que lo han vacunado. La noticia está en la calle, yo es que me lo digo siempre. Me comenta de que tiene 58 años pero aparenta 57. Eso de lo que aparenta no lo dice él, lo especulo yo. Es decir, opino a partir de unos hechos contrastados.

Mi hijo comienza a leer Tintín. «Tintín en América». A ver si mis lectores me ayudan y me recomiendan por cuál de sus aventuras se ha de empezar. Yo no he sido muy de Tintín, más bien de Mortadelo y Filemón, Astérix y Obélix, los Zipi y Zape y algún superhéroe. Más de Batman que de Superman. A esta hora de la tarde, lo que me parece de superhéroe es no comerme un donut de chocolate, como él. Leo por ahí la famosa frase de Charles de Gaulle (chaldegol): «Mi único rival en política exterior es Tintín». Qué cachondo el general.

El canal “Vamos” emite un documental sobre los árbitros españoles de hace años. Van desfilando nombres que había olvidado y que me impacta oír de nuevo. Me retrotraen a esas tardes adolescentes, en domingo, escuchando el Carrusel con mi padre, mi primo, mi tío. Tardes campestres o caseras, de derrotas y victorias, de pasión pasada, de descanso en Las Gaunas y penalti en El Sadar. Salen Urizar Azpitarte, Díaz Vega, Andújar Oliver, Guruceta (su hijo cuenta una historia conmovedora), Martín Navarrete y también López Nieto narrando un casposo intento de soborno en Rusia a base, claro, de putas y dinero, etc. La primera vez que yo insulté a un árbitro llevaba un jersey de rombos y pantalón marrón de pana. Aún iba de la mano de mi padre. Fue un insulto inocentón, producto del garrulismo pero también de una indignación infantil ante lo que consideré una injustica. Salen en el programa Gil, Lopera, Núñez el del Barça, estilos que parece mentira que fueran los más en boga. Dónde irán todos esos insultos, miles, millones, que cada fin de semana se emiten por gargantas cavernosas, airadas, enrojecidas en centenares de estadios por todo el país. Donde irán, circulando por el aire, mecidos por el viento. Sin llegar a su destinatario. Sobrevolando la cancha vacía, con el árbitro ya en su casa, enterado de algunos insultos y de otros no; tal vez tomando un reparador whisky, fornicando o leyendo a Delibes tras un viaje agotador. Y el traje de árbitro girando en la lavadora, limpiándose de barro, sudor e injurias.

Me compro una gorra para no insolarme jugando al pádel. Yo creo que me la he comprado para tener un asunto del que escribir. Escribir de gorra. Gorramos un túpido velo. Con lo bien que estaba yo leyendo en la cama a Marsé. A eso de la una, cerveza helada en el chiringuito. Me olvido de la gorra. Otra cerveza. Sol de injusticia.

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