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José María Ruilópez

La estampida

La reacción de una parte de la ciudadanía al acabarse el toque de queda

Recuerdo la película del oeste “Río rojo” (1948), de Howard Hawks, protagonizada por John Wayne, Montgomery Clift y el gran secundario Walter Brennan, que trasladan diez mil cabezas de ganado desde Texas a Missouri. Una imprudencia altera la paz de los animales que descansan del largo periplo y provoca una estampida de las reses que salen apelotonadas a todo correr sin dirección concreta ni objetivo definido llevando por delante todo lo que se encuentran.

Esto se me ocurrió porque tiene semejanza con el momento en que se levantó el estado de alarma en España. Esa misma noche, sin demorar ni un minuto, miles de jóvenes, y no tanto, de la mayoría de capitales del país, salieron a las calles en una estampida sin medidas de seguridad de ningún tipo, al grito de “viva el alcohol”, no olvidemos la tradición bebedora nacional, llevando por delante todo lo que se encontraban. El botellón, la conga, la borrachera. Las autoridades apelan al sentido común de la chavalería. ¿¡Cómo dice!? Sueltan a varios millones de jóvenes con las prisas propias de la edad (como si no tuvieran años por delante para la diversión) después de meses de limitaciones, y quieren que se porten como aspirantes al sacerdocio, como reclutas bajo el yugo disciplinario de la milicia (que ya no hay), y sucede todo lo contrario según estamos viendo. Hay algunos gobernantes que quieren lanzar el lazo a esas reses desmadradas con nuevas normativas, tumbando a los excesivos por la policía para marcarlos con el hierro candente en el muslo poniéndoles el distinto de su propietario y entregándoles la copia de la multa.

Como decía el “Cantar del Mío Cid: “Dios, qué buen vasallo si oviesse buen señor.” Y ya que empezamos con cine, no me resisto a citar el caso de la película “El Cid” que protagonizó Charlton Heston, 1,91 m. de estatura; el Cid, 1,60 m. Así nos engaña la filmografía. O nos dejamos engañar por el cine y los políticos. El caso es que las calles se convirtieron en las praderas de Texas y los bóvidos (también algo bobos) se lanzaron a la loca carrera en pos del covid-19, y los vaqueros de cada comunidad salieron despavoridos tras ellos pertrechados con toda la parafernalia propia de la ocasión: escudo, escafandra, tolete, casco, chaleco antibalas, pelotas de goma. Toda la muchachada ocupó los lugares más representativos de las ciudades: la Puerta del Sol de Madrid o Las Ramblas en Barcelona. El toque a rebato hacia la diversión sonó como un gigantesco trueno en todo el país. Las fiestas hurtadas en fechas anteriores parecía que eran de obligatoria recuperación en todas las comunidades al mismo tiempo, pero multiplicando por diez el jolgorio y la ingesta desproporcionada de alcohol. Porque la euforia no es un aditamento innato en la manifestación extrema del individuo, sino que es el resultado de algún estimulante que altere la normalidad de las emociones y las convierta en despropósitos o riesgo posible de contagio como es el caso que tratamos. Y la libertad, tan pregonada, no es el trampolín hacia una piscina sin agua. La libertad, como símbolo de la convivencia democrática, necesita de un prospecto que relate las indicaciones, la dosificación y los efectos secundarios.

El presentador de radio en la cadena SER Carles Francino confesaba en televisión, con lágrimas en los ojos, el sufrimiento que soportó ante el contagio por el covid-19, en el que estuvo involucrada su familia y con un allegado fallecido. Parece una broma cuando se ve desde fuera, pero cuando hay personas conocidas que lo han sufrido la realidad es otra. La vacunación es la única fórmula para que las reses de dos piernas lleven el distintivo de seguridad y mitiguen el riesgo de contagio y sus secuelas, casi peores que la propia enfermedad, por lo que dicen quienes la padecieron. Asturias va por el buen camino en vacunaciones, al decir de los datos que se difunden. Pero el conjunto de España, y no digamos del mundo, no están en esa situación. No es una pandemia regional, tiene una dimensión global. La India está en la primera fila de muertes. El que suscribe pisó calles en Benarés en las que había que esquivar las acequias por las que corrían las aguas fecales. Un país con mil cuatrocientos millones de habitantes no debe ser fácil de inmunizar contra este virus. Sobre todo cuando las vacunas se escatiman con un mercadeo impropio de la situación sanitaria y económica en que estamos. Esta película no puede tener un “The end” en suspenso. Tiene que llevar un guión que cierre la trama de modo satisfactorio para todos. Con el Cid ya no podemos contar.

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