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Pablo Priesca

Masterclass en Bandujo

El riesgo de perder el conocimiento de alto valor cultural y antropológico de las gentes del campo

Hace unas semanas fui con mis hijos a conocer una aldea del concejo de Proaza, Bandujo (Banduxu). Una preciosa carretera de montaña, con un puerto de unos 9 kilómetros, une la capital del concejo con la aldea medieval que conserva un torreón todavía habitado. Llegar a Bandujo es un viaje al pasado. Nunca pensé que allí recibirÍa una masterclass que me dejaría huella.

Paseando por uno de los caminos que unen los dos núcleos de la aldea pasé al lado de un paisano de aproximadamente unos noventa años que estaba cortando leña con más maestría que fuerza. Al llegar a su altura le pregunté: “¿Buenas, saldrá hoy el sol?”. Sin mirar para mi, dejó el hacha sobre el picadero, se dio la vuelta, puso la mano derecha sobre la frente mirando a no sé dónde y me contestó: “En veinte minutos”.

Volvió a coger el hacha y sin esperar a que reiniciara su tarea, le pregunté: “¿Por qué lo sabe?”. A lo que él me contestó: “Me lo dicen les oveyes”. Un tanto desconcertado y con alguna sospecha de que era una broma, le volví a preguntar: “¿Y cómo se lo dicen les oveyes?”. Dándose de nuevo la vuelta mirando hacia una ladera de la montaña con una elevada inclinación, me contestó: “Ves aquel prau que tien oveyes? Cuando está lloviendo o nublau, les oveyes están en la parte de arriba del prau, si el tiempu está inestable, anden pol medio el prau y si fai sol o va a salir pronto están por la parte de abaju, donde los árboles”.

Las ovejas estaban en la parte inferior de la finca. Yo, cada vez más sorprendido por sus respuestas insistí en mis preguntas: “¿Pero cómo saben les oveyes si va a salir el sol o no?”. En ese momento, quizá molesto por tantas preguntas, me miró por primera vez en la conversación y me dijo: “¡por les mosques, hombre ¡”.

Me quedé tan sorprendido que ya no quise hacer más preguntas. Por la forma de contestarme estoy seguro que el buen hombre pensó “cómo puede ser esti tan ignorante”. Y sin duda acertaba.

Había recibido una masterclass sobre cultura rural que me dejaría huella. Aquel hombre me había demostrado el valor del conocimiento acumulado durante siglos y basado en la observación de la naturaleza y en la transmisión oral del conocimiento de unas generaciones a otras. Este conocimiento de un valor cultural, antropológico y económico (si supiéramos explotarlo, claro) incalculable, estamos a punto de perderlo, de “tirarlo por la borda”.

Estamos en la última generación, de muy avanzada edad, que lo posee y asistimos impertérritos a su desaparición entre la indiferencia y el desprecio. El mundo urbano, fruto de la revolución industrial y que tantos avances ha traído, nunca ha sabido gestionar el territorio rural y ha menospreciado su cultura sin ser conscientes de que el paisaje que disfrutamos hoy no es natural, es fruto de una cultura, la de los campesinos y campesinas que lo han ido configurando y gestionado durante siglos. Ellos inventaron la economía circular, la sostenibilidad, la gestión del medio ambiente y la retención del carbono en la tierra porque las practicaban.

El 85% de territorio asturiano es rural y acumula una riqueza paisajística, cultural y económica que debiéramos plantearnos si es un activo de desarrollo humano o un simple escenario, cada día más matorralizado, para fotografías domingueras de los urbanitas.

Sólo comprendiendo la magnitud del problema y la cultura rural podremos aportar soluciones cada uno desde el lugar que le corresponde, nosotros desde la innovación tecnológica a través del nuevo centro de acabamos de abrir en Peón, CTIC RuralTech.

Si nos hemos arriesgado a esta aventura de crear en medio rural un centro de innovación tecnológica pensando en las nuevas ruralidades del siglo XXI es porque, aunque apurados, aún pensamos que estamos a tiempo.

Y el sol, efectivamente, salió a los veinte minutos.

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