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Francisco Sosa Wagner

La vida es somnolencia

Polémicas absurdas en torno a dos posturas irreconciliables

Gráfico

Los humanos pasamos unas pocas horas al día dormidos, otras trabajando, muchas en somnolencia, mecidos por chismes y enredos fútiles. Cuando levantamos el vuelo y nos damos al pensamiento abstracto, entonces nos embarcamos en disputas tajantes y sin vuelta atrás:

–Usted, amigo ¿es de derechas o de izquierdas?

Esta es la más majadera de todas las polémicas pero siempre ha habido una de esta naturaleza:

–¿Usted es proteccionista o librecambista? se le preguntaba hace años al señor que estaba mojando unos churros en el chocolate.

Allá en la Francia de principios del siglo XX nadie podía salir a la calle sin haber decidido antes de desayunar si estaba a favor o en contra de Dreyfus porque corria el riesgo de meterse en la manifestación equivocada.

En la historia de la Iglesia no hay que remontarse a la época de los iconoclastas que eso queda muy lejos. En el siglo XIX, los padres de la Iglesia que entraban en el Concilio Vaticano que definió la infalibilidad del Papa se dividieron en dos grupos irreconciliables. Al cardenal que intentaba introducir algún matiz se le miraba con desconfianza y sus compañeros se preguntaban si no sería un loco o, peor, un pedante teológico.

Así ha sido desde el pasado más remoto. Siempre hay dos bloques, dos posturas irreconciables, la del taurinismo también es de las que dan mucho juego y reaparece con constancia: los obispos han visto durante siglos en el manejo del capote frente a un toro un pecado mortal, la más aviesa de las manifestaciones del Maligno. Hoy ya no existen obispos o, si existen, no se les reconoce porque van vestidos con ropa de la Semana de Oro del Corte Inglés. Pero su papel ha sido asumido por los animalistas.

En España hace unos años se produjo una polémica hilarante: se había hundido un barco cerca de las costas gallegas, el Prestige, ocasión pintiparada también para dividir a los españoles en bloques antagónicos. Quien defendía que el buque tenía que haber quedado en alta mar era irremediablemente de derechas y quien sostenía que era prudente llevarlo a puerto era de izquierdas. O al revés, no recuerdo los términos de aquella necedad. Era de ver a personas perfectamente ignaras pronunciarse con aplomo por una de las soluciones náuticas en función de si era del Gobierno del momento o militaba en la oposición. Esta es una de las controversias más cómicas que he vivido sostenida por gentes de un sectarismo zafio, denso y oscuro.

Hoy nos regocijamos con otras muestras de esta quincallería falsa: quienes se complacen en comer berberechos distraídamente y quienes abominan de estos inofensivos moluscos por considerar su consumo una prueba de desorientación ideológica. Todo esto produce mucha risa.

Pío Baroja, por algún sitio, sostiene que quien se empecina en tener una idea fija acaba siendo algo semejante a un pelmazo y da igual que sea teósofo, espiritista o vegetariano porque su destino es acabar en la exaltación de la extravagancia. Y de la gratuita molestia al prójimo.

He empezado con la “summa divisio”: la de las derechas y las izquierdas. Nadie o pocos reparan en lo siguiente: ser de derechas o de izquierdas las veinticuatro horas del día y los trescientos sesenta y cinco días del año es, además de muy cansado y aburrido, una de las formas más convincentes que encuentra el ser humano de expresar su idiotez.

La somnolencia del intelecto.

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