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Vicente Montes

El fastidio del “mal del sucursalismo”

Barbón trata de despojarse de las acusaciones sobre el “ninguneo” a Asturias del Gobierno de Sánchez, pero ese argumento es altamente contagioso

Ya en sus primeras intervenciones, el presidente del Principado, Adrián Barbón, era consciente de que hay cantinelas que se extienden con rapidez y terminan en sambenito. Una de ellas era la del sucursalismo, muy recurrente. Casi como bálsamo antes de la herida, Barbón lo advirtió desde el comienzo. Tan dado a tomar como referente a Pedro de Silva, el líder socialista lo ha utilizado en varias ocasiones como referente en este asunto. También hay que señalar que ha repetido de modo casi idéntico su defensa ante las acusaciones de plegarse a los intereses de su partido en Madrid.

La tesis es la siguiente. Según Barbón, las acusaciones de “sucursalismo” son casi “una maldición bíblica” que persigue a los gobernantes socialistas y se trata de un discurso “más viejo que la tos”, que ya sufrió en su día un presidente de reconocida valía como fue Pedro de Silva, atacado entonces por Isidro Fernández Rozada, del PP. Esa misma argumentación, la volvió a repetir Adrián Barbón esta misma semana ante una pregunta de la presidenta del PP, Teresa Mallada, sobre qué defensa hacía Asturias de sus intereses ante las decisiones del Ejecutivo de Pedro Sánchez.

Barbón es consciente de que el sarpullido del sucursalismo se cura mal, se extiende rápidamente y luego no hay forma de desembarazarse de él. Es también una acusación facilona, porque resultaría absurdo creer que un partido de corte nacional no vaya a establecer prioridades nacionales más allá de las específicas, máxime cuando es imposible conciliarlas todas. Y aunque es una acusación que se propaga con rapidez, también es cierto que nunca en Asturias prosperó con mínima estabilidad ningún partido que basase exclusivamente su ideario en la defensa heroica de los intereses patrios por encima de los ajenos.

El problema está en que una vez que esa acusación se asienta, lo hace con firmeza en todos los frentes; y precisamente la amplificación que supone su reiteración termina en apariencia dándole mayor veracidad y solidez. Puestos ya en ese punto, los eccemas del sucursalismo se extienden por todas partes convirtiéndose en una dermatitis que solo cabe soportar sin avergonzarse de las ronchas y evitar rascarse demasiado.

El Gobierno trata de sacudirse las acusaciones con la misma intensidad que el coro de la oposición, con distintas voces, repite el estigma. No solo eso, también lo proclaman los sindicatos. Aunque el Ejecutivo esgrima una larga lista de confrontaciones con Madrid resulta difícil contradecir un argumento tan facilón máxime cuando se producen escenificaciones que vienen a abonar la tesis de que Asturias y sus problemas importan un bledo más allá de Pajares.

Aún está fresca la ridícula situación que se produjo en el Congreso de los Diputados, cuando los diputados regionales de PSOE, IU y Podemos fueron a defender al hemiciclo una propuesta aprobada por la Junta General relativa al derecho universal de la sanidad pública, para exigir una reforma legislativa nacional. El acuerdo era de 2017 y llegaba al Congreso casi cuatro años después. Terminó el PSOE nacional rechazando la propuesta, y Unidas Podemos salvando los muebles con una abstención. ¿Por qué someter a ese ridículo a los diputados asturianos sin pensar en su efecto? Aunque Podemos e IU de Asturias han utilizado ese hecho como ariete para cuestionar el peso político del Presidente, lo cierto es que tampoco esos partidos tuvieron en Madrid el respaldo que desearían. Otro ejemplo, las palabras de la Ministra de Transición Ecológica, Teresa Ribera, esta misma semana respecto a las compensaciones por las emisiones de dióxido de carbono. Consciente de que en Asturias se la mira con lupa y suspicacia, Ribera podría haber evitado el incendio eligiendo mejor las palabras. Y para muestra, más botones: el estatuto electrointensivo o la gestión del lobo. El malestar ante los efectos económicos de las políticas verdes, ante las que se señalan los sacrificios pero no están claras las compensaciones, se extiende también entre los empresarios.

Comprendiendo que la acusación del sometimiento a Madrid y el ninguneo es peligrosa y se refuerza cuando surgen evidencias por falta de tacto y previsión, ese sarpullido en la acción de gobierno de Barbón puede acabar convirtiéndose en una definición. Intereses hay para que ocurra. Por un lado, el Partido Popular está dispuesto a subirse al máximo a la ola que ha aupado en Madrid a Isabel Díaz Ayuso. Por otro, los movimientos futuros en el seno de Unidos Podemos llevarán al partido en el Principado y a Izquierda Unida de Asturias a marcar discursos diferenciados. Si Pedro Sánchez inicia un declive demoscópico, la crisis económica no afloja, los fondos europeos no alegran y la industria se ve en un brete, el caldo para un guiso de protesta social y política en defensa de Asturias estará casi listo. Y entonces las consecuencias tendría que relatarlas mejor el expresidente Juan Luis Rodríguez–Vigil, quien sufrió el cabreo sindical y social de 1991. El sucursalismo empieza como un molesto picor, pero puede convertirse en un severo fastidio.

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