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Ángeles Rivero

Oviedo se “gijonesiza”, Gijón se “ovetensiza”

El enriquecedor intercambio que afianza y complementa a los principales núcleos asturianos

La lectura del pregón, con la imagen del heraldo de la fiesta ante la Catedral de Oviedo en la pantalla. | Sociedad Protectora de la Balesquida

La subdirectora general de LA NUEVA ESPAÑA, Ángeles Rivero Velasco, ha sido la encargada de pregonar la fiesta del Martes de Campo de Oviedo, que vuelve tras el parón impuesto por la pandemia. En este texto, un extracto de su intervención, relata cómo, sin perder su personalidad, las mayores aglomeraciones urbanas de la región encuentran puntos de convergencia que la potencian. Una red de relaciones y complicidades cada vez más habitual, fiel reflejo, en el fondo, de la experiencia que viven a diario miles de asturianos.

“La tradición no se hereda, se conquista”, escribió el autor francés André Malraux refiriéndose a la historia común. Quizá por esa razón la fiesta de La Balesquida viene siendo año tras año un logro de sus socios, en particular, y de los ovetenses, en general, que la mantienen y miman como parte de su acervo cultural. Mi más entusiasta felicitación, por tanto, a la Sociedad Protectora y a quienes la han traído hasta aquí con admirable tesón.

Elegido por los ovetenses como una ocasión distintiva para reunirse en un ambiente de celebración, este Martes de Campo adquiere, debido a las circunstancias, un doble y feliz alcance. Vale por dos, el que en 2020 no pudo ser y el que en este 2021 se convoca con ánimo renovado. Sirve además en bandeja una oportunidad única para el reencuentro tras un año largo de confinamientos, restricciones y desescaladas por causa del maldito virus que nos ha estrellado de bruces contra nuestra vulnerabilidad y que tanto nos ha cambiado la vida.

Mi infancia y juventud discurrieron a orillas del Cantábrico, con veraneos de secano en Tierra de Campos donde aprendí a “fabricar” chicle masticando granos de trigo y disfruté de los mejores cielos estrellados que recuerdo. Era la España de las primeras temporadas de “Cuéntame”.

Soy una gijonesa estudiada en Madrid, madurada en Avilés y felizmente afincada en Oviedo; en realidad, una ovetense del siglo XXI, porque fue en los primeros compases de esta centuria cuando mi desempeño profesional me trajo y ancló ya definitivamente a esta bella ciudad.

Me siento habitante de Ciudad Astur, esa connurbación que conforman las tres ciudades del centro de Asturias. Mi trabajo me ha permitido vivirlas con intensidad y conocerlas a fondo desde la privilegiada atalaya que es un periódico como LA NUEVA ESPAÑA. Las tres me gustan y en las tres he acabado por echar raíces y hacer buenos amigos. Acostumbro a decir que si me pierdo me busquen en la autopista “Y”, porque seguro que me encontrarán en alguno de sus ramales. 

Amanezco cada día en Oviedo, visito a mis padres en Gijón y apuro el fin de semana en Salinas como si de un mismo espacio urbano se tratase. No es el mío un caso excepcional, sino la personificación de una realidad tozuda que acabará imponiéndose y obligando por la fuerza de los hechos a tejer complicidades pese a piquillas territoriales y recelos políticos aún no superados. Oviedo, Gijón y Avilés son ciudades próximas y complementarias. Tienen más en común de lo que muchas veces estamos dispuestos a admitir, y juntas, que no revueltas ni por supuesto subordinadas, pueden conseguir bastante más que yendo cada una por su lado.

Las grandes ciudades de la región tienen mucho en común: juntas, que no revueltas ni subordinadas, pueden conseguir bastante más que yendo cada una por su lado

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Sostengo una teoría que no tiene por qué resultarles cierta, pero que aún así me gustaría compartir. Quizá como consecuencia de la interacción creciente y el intercambio continuo, Oviedo de alguna manera se “gijonesiza” y Gijón se “ovetensiza”. Opera sobre ellas un proceso evolutivo que lleva al diálogo y la convergencia sin que ello implique, en modo alguno, pérdida o renuncia a la personalidad de piedra y salitre que les viene siendo propia. Pondré algunos ejemplos, desde mi punto de vista, ilustrativos:

Oviedo, una ciudad de tradición conservadora, tuvo en el mandato pasado un tripartito de izquierdas mientras que Gijón, feudo de la izquierda durante más de tres décadas, estuvo ocho años gobernada por la derecha. Oviedo se abre al teatro, el “indie” y la vanguardia artística en tanto que Gijón disfruta sin complejos de rancia progresía de la clásica y la lírica. El comercio gijonés gana clase y el ovetense desenfado. Firmas del Gijón más playu se instalan con éxito en la capital a la vez que negocios del Oviedo más carbayón triunfan en la villa de Jovellanos. El intercambio es constante y los asturianos salimos ganando.

No es momento de marearles con datos de población, economías de escala, ciudades inteligentes o PIB, pero tampoco quiero dejar escapar la ocasión de expresar públicamente mi deseo de que el espíritu de confraternidad que abandera La Balesquida cale más allá de la fiesta. Oviedo es la capital de Asturias y puede serlo también de una pujante área metropolitana que nos ponga, con todo merecimiento, en el mapa de las grandes ciudades españolas y europeas. Dicho queda sin ánimo polemista ni aleccionador, sólo con afán de alentar el consenso convencida de que en nuestro mundo digital y global, cada vez más acelerado, el tamaño importa y el desencuentro nos vuelve minúsculos.

El pregón de una fiesta secular como la del Martes del Bollu, la más antigua del calendario ovetense, invita a repasar la historia y transitar por caminos comunes, a compartir vivencias y rememorar momentos dichosos. Difícilmente podremos encauzar nuestro futuro con acierto sin conocer qué nos ha traído hasta aquí. Oviedo vuelve ahora sobre sus pasos para reivindicarse como origen del Camino en plena celebración del Xacobeo. Precisamente, el Alcalde y parte de la Corporación Municipal estuvieron esta semana en Fitur, la gran feria internacional del sector turístico, para promocionar el impagable legado de Alfonso II, un monarca adelantado a su tiempo que supo ver en el hallazgo de los restos de un apóstol un filón para cohesionar y redimensionar su reino.

Echamos la vista atrás, pero no para recrearnos desde la nostalgia en el Oviedo que ya no es, sino para aprender de la historia y tomar impulso hacia el Oviedo que debería ser o nos gustaría que fuese. Una ciudad que, apoyándose en los vestigios más monumentales de su pasado, el Prerrománico, el conjunto catedralicio, el Camino de Santiago y la rica edificación barroca, aspira a revitalizar su casco antiguo y proyectarse hacia el futuro como Patrimonio de la Humanidad.

Oviedo se rejuvenece en barrios como La Corredoria, aunque cimentará su porvenir en La Vega y El Cristo. Intenta recuperar pujanza comercial y volver a la vida después de la pandemia como ciudad de negocios, sede congresual y capital de las compras. Rezuma cultura a través de su “manzana de los museos”, los Premios Princesa, una magnífica temporada de Ópera a la que sólo desde la miopía política se le puede negar apoyo, y una programación cosmopolita que se abre a nuevos públicos. Pero necesita desperezarse, retener a sus jóvenes, ponerse aún más guapa y actualizar su talento porque el futuro se presenta disruptivo, biosanitario, digital y sostenible. El Oviedo del futuro es tecnológico, pero también más humano. Se abre a lo nuevo sin perder solera y depende de lo que los ovetenses seamos capaces de impulsar y soñar.

Decía que cuando se trata de abrir nuevos caminos viene bien conocer los ya transitados. En la labor de recordarnos de dónde venimos, en la labor de preservar nuestras tradiciones y de conservar una de las fiestas más queridas y también disfrutadas por los ovetenses ha desempeñado un papel encomiable la Sociedad Protectora de la Balesquida durante ya 91 años. Felicidades de nuevo a la Balesquida, mi reconocimiento público a todos los socios con un recuerdo muy especial para Alberto Polledo, y larga vida a la Sociedad Protectora.

Salud, ahora con más motivo que nunca, y fiesta.

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