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Pere Casan

El hábito no hace al monje

Una sociedad de continentes y no de contenidos

Ilustración

¡O sí lo hace! Porque hábito es una palabra con dos acepciones y la diferencia es importante. Si llamamos hábito al traje que visten los miembros de una orden religiosa, y con ello contemplamos la imagen externa que proporciona, es evidente que por la vestimenta no podemos conocer la vida de quien lo usa. Corremos el gran riesgo de equivocarnos. Pero si por hábito contemplamos la práctica habitual de una persona o colectivo, sí que podremos afirmar que la persistencia en la forma de pensar o actuar define a quien o quienes hay detrás.

La máxima se utiliza generalmente relacionada con la primera definición, la de no juzgar prematuramente a nadie por su imagen externa, aunque muchas veces es la única información que nos llega. La tendencia actual es dictaminar rápidamente, por primera intención, con los simples datos de un flash, las notas de un “whatsapp”, una breve intervención, o el “dicen que dijo cuando decía”. Las cosas profundas no interesan, no disponemos de tiempo para leerlas o para informarnos detalladamente. El verbo pensar ya no se conjuga y mucho menos los de reflexionar, dialogar, compartir o ensimismarse. Ensimismarse, ¡que bonita palabra! Cualquier acción que requiera tiempo y profundidad no forma parte de nuestro catálogo. Solo nos hace falta contemplar la enorme superficialidad de las campañas políticas previas a las elecciones (las de la Comunidad de Madrid han sido un buen ejemplo de ello). Triunfa quien “la dice más gorda”, sea o no sea verdad y sin que haga falta que lo sea. Si no lo es, las noticias corren tan rápidamente que la siguiente lo tapará. Si lo es y he dicho lo contrario, tampoco es necesario rectificar. Hacerlo es de tontos y ya se sabe que los tontos gritan, los inteligentes opinan y los sabios callan.

Pero vayamos a la segunda acepción de hábito. Me refiero a la manera reiterativa de comportarse. Aquí deberíamos usar lo de “por sus frutos (acciones) les conoceréis” (Mt 7;16). En este caso sobran las palabras y las falsas imágenes. Sobran también las campañas publicitarias, los eslóganes y los envoltorios. Predomina el comportamiento mantenido y el ejemplo de conducta. Todo aquello que hace creíble a una persona, un partido político o a una sociedad, juzgados a partir de sus actos.

La nuestra es una sociedad de hábitos (vestidos) y no de hábitos (acciones), de continentes y no de contenidos. Y debería ser todo lo contrario. Estamos en un momento complicado, a punto de salir de una crisis mundial que nos pide aportar el esfuerzo de cada uno de nosotros para resolverla. Mirémonos al espejo, ensimismémonos, y no veamos nuestra imagen externa sino la interna, la que al salir de casa nos indica el mejor camino para hacer algo positivo cada día. Un destacado político catalán (no actual), Enric Prat de la Riba (1870-1917), presidente de la Mancomunidad de municipios (suma de las Diputaciones provinciales), preguntado sobre la mejor manera de ejercer la acción política, con una gran precariedad de medios, contestó: “Será fácil, elegiré a los mejores de cada casa”. No a los más ricos, elegantes, charlatanes, populistas, etcétera. Simplemente, a los mejores.

Por las mañanas camino tarareando, y al pensar en hábitos acude a mi mente una canción de la infancia, “El cant dels ocells” (El canto de los pájaros). Aunque muchas veces se utiliza erróneamente como música fúnebre, se trata de un villancico y es un auténtico recital a cargo de diferentes pajarillos ante el nacimiento de Jesús. Es una canción popular catalana que armonizó e interpretó repetidamente con su violonchelo Pau Casals (1876-1973). Les recomiendo una versión coral a cargo de la Escolanía de Montserrat, armonizada por Bernat Vivancos, que permite unir el hábito blanco exterior de los monaguillos con el hábito (espíritu) interno de la canción. Casals la inmortalizó con su “cello” en el famoso concierto en la Casa Blanca ante los Kennedy el 13 de noviembre de 1961, (“A Concert at the White House”, Columbia KL 5726), pero recuerden, no es un canto de difuntos, no es una despedida, sino una canción de esperanza en la nueva vida.

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