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Carlos Fernández

El rebaño

Acerca de pastores y políticos

Ya lo dice “La Biblia”: ovejas y pastores. Un gran libro. Y se lo cuenta alguien que tira a dudoso del más allá. Pero si me preguntasen que llevaría a una isla desierta sin duda elegiría una Biblia; el Antiguo Testamento es una pasada, me río yo de “La Guerra de las Galaxias”; por cierto, la recién editada en asturiano es fantástica, las expresiones reguapas de mi infancia en casa de los güelos, nada sospechosos de ser “de los de la Llingua”. Para la isla también pediría a Ava Gardner –en su defecto Grace Kelly– y les cerveces, claro. Pero vayamos a lo nuestro: el rebaño. Días atrás escuché a nuestro Presidente –me refiero al monclovita– usar la expresión “efecto rebaño”. Sí, sé que es un término de los científicos, de acuerdo, pero qué quieren que les diga, de mano me parece impropio. Sobre todo si lo utiliza el presidente de un país, un señor al que los ciudadanos le encargamos la dirección del Estado, que es esa gran gestoría propiedad de todos. ¿Dónde se vio a un contratado llamar oveya al jefe? Porque al decir rebaño está calificando al ciudadano como especie lanar. Pero que además lo aceptemos sin el más mínimo balido, es duro.

Si critico esto al Presidente del Gobierno, no estoy apoyando a los contrarios, que funcionan de forma similar, aunque conviene aclarar las cosas: no es un problema de partidos sino de altitud; un asunto de presión atmosférica que se llama mal de altura. Pasa en los Andes, que subes, subes y te mareas, y también en diputados, ministros y tal, de la tendencia que sean. El concejal de un municipio pequeño –que también es un político– se esfuerza sin sueldo de escándalo –generalmente ni de escándalo ni de nada–, sin hidroeléctricas ni telefónicas cuando cesa, y sin decir pavadas.

Pero volvamos al asunto: los dirigentes de la cosa tienen mucho de pastores, oficio muy importante, pues es el encargado de llevar al ganado a los buenos pastos, y de protegerlo contra el lobo, ese depredador tan de moda hoy y tan defendido por los que viviendo en la ciudad quieren que el campo sea Disneylandia, pagando otros. Y esa labor de dirigir bien al rebaño es precisamente la función de presidentes y demás basca; por tanto el concepto “rebaño” podría tener su aquello. Pero hay algo más: el pastor conduce las ovejas, pero los prados –y muchas veces los animales– son de otros, los que en realidad marcan las zonas de pasto.

Y esto mismo les sucede a los políticos. Pero cuando el pastor del rebaño nos mete en malos riscos, porque es la zona que le han adjudicado, lo hacemos responsable a él, no al dueño del prado, que se queda con la brisca y el farias, tan feliz, en el bar del pueblo. Y las ovejas, perdón, nosotros, sin pillarlo y pegándonos para elegir pastor mientras dejamos al dueño a escape libre. Igual es correcto lo de rebaño. Pero yo usaría algo más neutro como “ciudadanos”, o “población”, y así las ovejas negras, tan amigas de difamar a los pastores de la patria, nos dejarían seguir rumiando tranquilamente.

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