El presidente del Gobierno español se decía hace unos días “más que encantado” de que vengan a partir de ahora a nuestro país cuantos turistas británicos lo deseen. Los británicos, aseguró Pedro Sánchez, que repitió su bienvenida en inglés para que no hubiera dudas, no estarán sometidos en España a ningún tipo de restricciones ni de requisitos sanitarios. En el momento del jubiloso anuncio de nuestro Gobierno, el Reino Unido seguía, sin embargo, manteniendo a España en la lista de países a los que no está aconsejado viajar si no es por razones esenciales familiares o de negocios. Los británicos que, pese a tal advertencia, se arriesguen a viajar a España deberán, según Londres, someterse al regreso a una cuarentena de diez días así como a dos pruebas PCR.
Casi también simultáneamente al anuncio de Sánchez, leíamos en la prensa británica que el Gobierno de Londres había impuesto restricciones de movimientos a sus ciudadanos en algunas zonas del país por la alta incidencia de la variante india del covid-19.
La preocupante situación epidemiológica al otro lado del canal de La Mancha llevó a su vez al Gobierno francés a declarar un período obligatorio de cuarentena a los viajeros que lleguen de territorio británico. También Alemania, preocupada por la posible propagación de la variante india a partir del Reino Unido, anunció que sólo permitirá entrar desde ese país a sus propios ciudadanos o a quienes tengan permiso de residencia.
En vista de las decisiones hasta cierto punto coincidentes de París y Berlín, cabe preguntarse si es que los españoles seremos mucho más resistentes a las nuevas cepas del dichoso virus porque a nuestras autoridades, la llegada de turistas británicos no parece causarles preocupación alguna. Menos, en cualquier caso, que la caída del turismo.
Y así, mientras en Madrid, con una incidencia acumulada (a 7 días) de más de 100 por cada 100.000 habitantes y haber estado durante meses mucho más alta, ha seguido de par en par abierto, en Berlín, con menos de 40, continúan cerrados a cal y canto los hoteles y muchos restaurantes.
Es cierto que han vuelto a abrir los grandes almacenes como también los museos –no así, sin embargo, la ópera o las salas de conciertos– pero uno tiene que llevar siempre una prueba de antígenos negativa y dejar todo tipo de datos personales.
Es cierto que hay numerosos puestos en la calle y en algunos comercios donde le hacen a uno gratuitamente uno de esos tests, pero acaba resultando fastidioso. Quien esto escribe ha debido someterse ya a tres últimamente en tres días: para visitar exposiciones o comer en la terraza de un restaurante. Y ello pese a estar dos veces vacunado en España.
Peor lo tienen, sin embargo, los australianos que viven en el Estado de Victoria, donde las autoridades han impuesto a todos los ciudadanos un confinamiento obligatorio de una semana después de que se detectasen en Melbourne tan sólo veintiséis casos de coronavirus. ¿Hay quien entienda todo esto?