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Julio Vaquero Iglesias

Las lágrimas de Carmen Suárez

La sensibilidad de la consejera de Educación

En estos tiempos de políticos de escaso nivel intelectual y moral, no es muy habitual que uno de sus miembros muestre una actitud y una sensibilidad fuera de lo común en el ejercicio de su labor, sobre todo, cuando se avecina en el horizonte, parece ser, su relevo en el cargo que ha venido desempeñando como consejera de Educación.

No podría ser de otra manera para los que la conocemos y nos consideramos sus amigos y sé que no le gustarán las alabanzas que le dedico en este escrito, pero creo que es de justicia hacerlo, sin que haya en mi ánimo el menor intento de lisonja hueca o “pelotismo” político, sino solamente el de reconocer, al menos en mi opinión, sus méritos y su valía, una vez que parece ser que ha finalizado su labor como consejera de Educación.

Sé que desde muchos sectores educativos se han criticado sus medidas y actuaciones públicas y no tengo ni pruebas a favor o en contra para aceptarlas o rechazarlas. Pero lo que se me reconocerá por todos, incluso por sus adversarios políticos y sindicales, es que la coyuntura en que ha realizado su labor directiva, ha sido con mucho la más dura y difícil que podría haber tenido un consejero en una tarea que si en coyunturas normales ya es difícil de por sí, en medio del impacto brutal causado por la pandemia sobre el sistema educativo, presentaba dificultades verdaderamente extremas y difíciles de superar.

Sé a ciencia cierta que esas lágrimas que ha vertido nuestra consejera son una muestra cierta de su sensibilidad y de su dedicación a pleno rendimiento en favor de la educación y la enseñanza asturianas.

Lo ha demostrado mil y una veces en su labor anterior como inspectora de educación y también, cómo no, como destacado miembro del feminismo asturiano, de cuya trayectoria historiográfica es una profunda conocedora, como demostró en su tesis doctoral y en sus escritos. Amén de ser un miembro activo y dedicado en las labores de organización, lucha y difusión de los valores de la igualdad del hombre y la mujer.

Uno que ha sido un testigo más de su labor como inspectora de educación conoció bien en su práctica educativa su sensibilidad hacia los alumnos, pero también su valía y su trato inmejorable hacia los profesores que atendía y sus denodados esfuerzos para tratar siempre de solucionar los problemas concretos y difíciles con que teníamos que lidiar a diario.

Sé por todo ello con plena seguridad que Carmen en su labor como consejera puso todo lo que tenía dentro, todo su empeño sin límite ninguno, en dar solución a los graves y enormes problemas que la educación asturiana arrostró –y aún continúan pesando sobre ella– durante ese tsunami que la pandemia ha causado en todos los órdenes de la vida y desde luego de una manera muy sensible sobre la educación.

No, las lágrimas de Carmen Suárez, no han sido lágrimas de cocodrilo o causadas por el final de su actuación política como consejera. Sino lágrimas derivadas de su sensibilidad hacia los alumnos que han estado a su cargo y esas lágrimas, estoy seguro también destilaban algo de aflicción por no haber podido hacer más por ellos y por los profesores que tenía a su cargo.

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