La Semana Profesional del Arte, en Oviedo, fue inaugurada, el pasado viernes, con un concierto de campanas, que se ejecutó desde las torres de la Catedral, las Reales parroquias de San Tirso, Santa María de la Corte y San Isidoro; el también Real monasterio de San Pelayo y la espadaña de la capilla de La Balesquida.

Y la protagonista fue la “Wamba”, la campana que, desde hace 800 años, la más antigua aún en uso en el mundo, llama a los católicos para que acudan a la oración en la Catedral.

Las campanas han acompasado la vida diaria de las personas en los pueblos desde hace siglos. Y, por ello, no hay que extrañarse de que, en 2019, el Gobierno de España declarara «el Toque Manual de la Campana como Manifestación Representativa del Patrimonio Cultural Inmaterial».

En el Real Decreto de promulgación, firmado por el Rey, se dice: «Los toques de campanas, basados en el ritmo, han sido los encargados de organizar la vida comunitaria, de delimitar el tiempo y el espacio laboral, diario, festivo y de duelo. De ahí que exista, tanto en el ámbito religioso como en el civil, un amplio repertorio, lenguaje, en definitiva, con una gran diversidad de formas y técnicas que han anunciado incendios, tormentas, rogativas, horas y acontecimientos de ciclo vital, y, en resumen, han regulado multitud de aspectos de la vida festiva, ritual, laboral y cotidiana».

Se ve, sin embargo, que no a todo el mundo le agrada el que las campanas toquen a las horas y con la intensidad de siempre. Particularmente a los nuevos residentes de aldeas y zonas rurales. Y debido a los constantes conflictos suscitados por los advenedizos respecto a los modos, sistemas y costumbres de los habitantes naturales y moradores, durante siglos, en los pueblos, el diputado francés Pierre Morel-À-L’Huissier se sintió en el deber de salir a defender el «patrimonio sensorial».

A él pertenecen el tañido de las campanas, el canto de los gallos, el rebuzno de los burros, el relincho de los caballos, el mugido de las vacas, el estridular de los grillos y de las cigarras, el croar de las ranas, el urajear de los córvidos, el ulular de los búhos, el gruñir de los cerdos, el parpar de los patos y el titar de los pavos.

La proposición fue aprobada por el Senado de Francia y publicada ya con el rango de Ley, firmada por el Presidente de la República, en el mes de enero. De este modo, «los sonidos y los olores» han sido reconocidos como parte del patrimonio común de la nación, junto al paisaje, la calidad del aire, los animales y la biodiversidad.

A las autoridades regionales les corresponderá ahora determinar cuáles son los elementos identificativos que es preciso preservar y defender en caso de que estalle un litigio entre vecinos a causa de los sonidos o los olores que emanan de las actividades propias del hábitat rural.

Y es que así es Francia, que, a la vez que otorga el título de bien patrimonial a los olores que exhalan las deposiciones de los animales en las granjas de su hermosa y cuidada campiña, celebra el centenario de la comercialización del perfume francés más famoso de todos los tiempos: Chanel nº 5.