El primer ataque de un oso pardo a un ser humano registrado en Asturias en décadas, ocurrido el pasado domingo por la noche en la carretera que separa las localidades de Sonande y Sorrodiles, en el concejo de Cangas del Narcea, pone de manifiesto la cada vez más conflictiva convivencia de los habitantes de las zonas rurales con la fauna salvaje. Cuanto más se vacían los pueblos, más rápido es el avance de especies como el jabalí, el lobo y ahora el oso hacia zonas hasta ahora dominadas por el hombre. Ha llegado el momento de reflexionar sobre la dialéctica entre coexistencia y conflicto, ya que ambos van a ser más frecuentes a partir de ahora en los concejos rurales. Bajo control, la fauna tiene que convertirse en oportunidad, no en problema. Pero el despoblamiento trae consecuencias, y frenarlo es una emergencia.

A consecuencia del éxodo rural, la pérdida de actividad agroganadera y el consiguiente avance de la vegetación incontrolada, ya resulta difícil determinar dónde acaban los pueblos y comienza el monte. La cada vez más frecuente presencia de osos en el entorno cercano a las poblaciones es otro de los síntomas del creciente vaciamiento de ciertos concejos asturianos, como también los ataques frecuentes del lobo al ganado. Un fenómeno, el de la ampliación del radio de acción de los animales salvajes, que supera el ámbito de lo rural, como certifica la habitual presencia de jabalíes en las principales ciudades de la región.

El caso de El Bao, en Ibias, es sintomático del progresivo acercamiento de los osos a los pequeños núcleos. En esa aldea abundan los vídeos de un ejemplar al que incluso los habitantes han puesto nombre, “Serafín”, que se pasea por las calles y se alimenta de los desperdicios de los contenedores. Los ejemplares jóvenes, que se ven desplazados por machos dominantes, se están habituando a la presencia humana y esa situación entraña un peligro que no hay que desdeñar. Una mujer se encuentra hospitalizada, con rotura de cadera y heridas de consideración en el rostro tras sufrir el domingo el zarpazo de un oso en celo.

Un oso en una zona de Fuentes del Narcea | LNE

En los últimos treinta años solo se habían registrado ocho accidentes con contacto físico entre humanos y osos en España. Siete de ellos ocurrieron en la Cordillera Cantábrica, la mayoría en la montaña palentina, pero ninguno en Asturias, la comunidad autónoma que cuenta con más ejemplares en su territorio. Aunque los expertos aseguran que estos ataques, esporádicos, “constituyen más un problema psicológico que una amenaza real”, los habitantes de los municipios oseros llevan años quejándose del incremento de los daños provocados por el plantígrado en colmenas, frutales y ganado, y por la cada vez mayor frecuencia de ejemplares merodeando por zonas habitadas. A consecuencia del calentamiento global, los expertos auguran que los osos serán en un futuro inmediato más activos durante el invierno, limitando su periodo de hibernación, lo que los llevará con mayor frecuencia a buscar alimento en zonas habitadas.

El oso pardo cantábrico fue declarado especie protegida en 1973, cuando la población en la Cordillera se encontraba en tan franco retroceso que hubo que extremar su protección. La especie, que según los últimos censos pondría alcanzar ya los 330 ejemplares, la mayoría de ellos en la zona occidental, se ha convertido en un emblema de la conservación de la naturaleza y en seña de identidad del territorio. Y no debe perder esa consideración, por lo que su presencia supone y por lo que aporta. Según un reciente estudio sobre su influencia en las economías rurales, el plantígrado contribuyó a generar 20 millones de euros de ingresos en el tejido productivo de 26 municipios asturianos y a crear o sostener de forma directa 350 empleos a tiempo completo, mayoritariamente de residentes en esas zonas.

En una época en que se han disparado las actividades deportivas y de ocio en la naturaleza conviene disponer de protocolos más efectivos para evitar encontronazos que, por un lado, comiencen a empañar la buena imagen de que goza el oso pardo entre la sociedad asturiana y, por otro, incrementen el malestar creciente de los habitantes de las zonas rurales. El abandono, cuando no el olvido, al que se sienten sometidos los empuja a marcharse de la aldea.

Asegurar la supervivencia de una especie tan emblemática debe seguir siendo tarea irrenunciable en una región que ha convertido al plantígrado en uno de sus símbolos. Pero a la vez es preciso proteger los intereses económicos de los habitantes de los municipios oseros y garantizar su seguridad frente a la fauna silvestre. Es bueno que haya más osos, pero muy malo que donde perviva el oso no queden apenas paisanos o estos se sientan amenazados. Urge frenar el despoblamiento y prestar mayor atención a las necesidades de los vecinos de la Asturias más vaciada antes de que quien esté en peligro de extinción no sea el oso, sino la población rural.