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Antonio Trevín

Himnos, banderas y adoctrinamiento

Ideas de ayer que alumbran la Murcia de hoy

Aprobado el primer curso de magisterio, dediqué quince días del verano del ‘74, a formarme como “monitor de actividades de tiempo libre”. En el “Campamento Rey Pelayo”, Pola de Gordón, León.

Confieso que no me apunté motu proprio. Vivía Franco y lo dirigían falangistas. Con los contenidos y métodos de la OJE. Pero el título que concedían era requisito imprescindible para acceder al título de maestro ¡La dictadura era así, queridos lectores!.

Comprobamos enseguida que la gente del “Movimiento Nacional”, por aquellos años, vivía en una “realidad paralela”. Futuros enseñantes y niños de primaria, con los que debíamos demostrar el aprovechamiento de las “instrucciones” recibidas, compartíamos curso. A las ocho de la tarde, del primer día, nos hicieron formar a todos, en el centro del campamento, alrededor de una gran bandera española. Arenga del director de la actividad, himno nacional, arriada de la enseña y las oficiales consignas patrióticas a pleno pulmón. “¡España!”, gritó el mandamás. “¡Una!”, respondimos con firmeza nosotros. “¡España!”, volvió a vociferar. “¡Dos!”, contestamos unánimemente y a gran volumen.

Se hizo un silencio angustioso. Aquello era una grave afrenta para los mandos y monitores que dirigían el “tinglao”. La respuesta que esperaban era: “¡Grande!”. Nos dirigieron miradas muy criminales. Trataban de trasmitirnos que no estaban dispuestos a consentir ni un agravio más.

Por tercera vez tronó el “¡España!”, al que decidida y altaneramente respondimos: “¡Tres!”, en lugar del requerido: “¡Libre!”. Con el semblante demudado, las miradas de los regentes de aquel lío tornaron de criminales a homicidas. Después de minutos de total mutismo, el principal rector de aquello nos abroncó a gritos. “¡Qué vergüenza!, ¡que deshonra!, ¡qué ignominia!”. Tres horas nos tuvo firmes. Pero fue el principio del fin. No hubo más arengas, ni himnos, ni otras costumbres del “glorioso alzamiento nacional”.

Rememoré todo escuchando en la radio el acuerdo murciano, entre VOX, Cs y el PP, para que el himno español suene en sus escuelas. Vuelven a enarbolar himnos y banderas para arrojarlos a la otra España. Un desatino.

“El pasado no está muerto. Ni siquiera ha pasado”, escribió Faulkner. El pacto de Murcia lo demuestra. A sus firmantes les recomendaría el consejo de Woody Allen: “Me interesa más el futuro, porque es donde voy a pasar el resto de mi vida”.

Al año siguiente, de aquel campamento en Pola de Gordón, murió el dictador y se eliminó la obligación de realizarlo. Me consolé rememorando las recias y marciales marchas, los juegos con los niños para evadirnos y las largas partidas de “tute subastao”. Algunas con los dirigentes del curso quienes me enseñaron que las cartas, barajándolas convenientemente, podían mejorar, y mucho.

Hoy creo necesario un gran acuerdo político y social para que la enseña nacional, junto a la de cada comunidad, ondee en todo edificio público. Que respetuosamente se normalice nuestro himno en los actos oficiales de “ringo rango”. Y que se honre a todas nuestras instituciones constitucionales.

Pero como acervo común y no de parte. Como elementos de articulación social y no de confrontación. Cómo sentido institucional y no de charanga y pandereta. ¿No les parece?

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