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Tino Pertierra

Una terapia peligrosa

El escritor francés es un gigante de las letras que se indaga y nos desafía con obras perturbadoras

La literatura como búsqueda de adversarios y hallazgo de verdades incómodas. La creación como vía de escape para resolver deudas pendientes. Echar mano de las palabras para ejecutar una terapia en la que se desgarra a sí mismo abriendo a canal a otros. No sales indemne cuando lees a autores como Emmanuel Carrère. La literatura que perdura siempre deja a los lectores a la intemperie. Y el autor francés domina la táctica implacable de pulverizar los géneros para crear algo nuevo, un vaivén que invita al desasosiego a partir de la biografía, la novela y la crónica. ¿Realidad o ficción? Poderosa la primera, seductora la segunda. Atraviesa escenarios impregnados de surrealismo, abraza una espiritualidad enrabietada, hace del periodismo un arte de conocimiento y, desde un punto de vista radicalmente egocéntrico, destripa los entresijos de los totalitarismos, afila hasta la extenuación sus propios demonios y repasa sin piedad y maltrecha nostalgia asuntos que nos conciernen a todos. Violencia, declive, devastación. La impostura y el postureo, muera la clase media y devociones en carne viva. Carrère, que fue crítico de cine, plantea en sus libros un remolino de travellings que nos interpela: la gran historia como escenario de nuestras pequeñas histerias, un desafío permanente capaz de enhebrar aventuras y ensayo en un tejido político y filosófico que nos explica quiénes somos investigando en lo que fuimos. Quizá sea revelador que el autor francés lea unas páginas de Nietzshe todas las mañanas. Todas. Escribe sobre la fe y también sobre la nada. Sobre la dignidad y la humillación. Carrère se atreve a mirar a los ojos al abismo y nos arroja a él. “Conmocionado, más estupefacto que aliviado de seguir vivo”, escribe en “El adversario” sobre un personaje. Entre andrajos y reyes, el autor de “Limónov” se erige en estos tiempos de tanta mendacidad literaria como un gigante con pies de pluma que cincela letras condenadas a cavar profundas huellas. Un príncipe cuyo reino no es de este mundo.

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