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José María Ruilópez

El pan eléctrico

El cambio de la tarifa eléctrica, ininteligible, acaba penalizando al ciudadano común

Asturias padeció la crisis agraria de 1789, llamada crisis universal. Y una de las consecuencias de la misma fue la escasez de pan en una sociedad sin desarrollo ni industrial ni comercial, donde el pan era, por tradición, alimento básico. La prensa local anunciaba en 1904 las revueltas populares urbanas de caos y terror ocurridos en Valladolid por la subida del pan hasta 37 céntimos el kilo. Más recientemente, en 2019, el ejército de Sudán destituyó al presidente Omar al Bashir, cuya causa tuvo sus orígenes en la subida del precio del pan, esgrimiendo el grito que se popularizó en Egipto en 2011: “Pan, libertad y justicia social”.

Hoy el pan de la gente es la corriente eléctrica. Si en épocas pasadas la carencia de pan pudo derrocar gobiernos, no sería de extrañar que en el presente la carestía desproporcionada del precio de la luz hiciera lo mismo. Hace años este recibo era algo en lo que casi nadie se fijaba. Hoy se ha convertido en uno de los mayores gastos de las familias. Un centenar de años atrás la gente hacía el pan en casa, al que llamaban borona. Había un hueco donde se instalaba el horno con ladrillos refractarios. Un tiempo después aparecieron las panaderías como industria. En Teverga, la de mi bisabuelo, Félix López Tuñón, a principios del siglo XX, llamada “La Pápida”, que todavía sigue. Hasta el escritor Pío Baroja regentó una tahona en Madrid, siguiendo la tradición familiar, donde hacía tertulia con Azorín y Valle-Inclán.

Como sustituto de la corriente de las grandes empresas, algunos particulares quisieron hacer su horno particular para generar corriente para los electrodomésticos con la instalación de paneles solares. Pero la complejidad de esa técnica no se extendió. De modo que la industria eléctrica sigue dominando la situación. Ya empieza por el conocido truco de la complejidad. A ver quién es el guapo que entiende una factura de la luz: impuestos, transporte y distribución, cargos, energía, potencia, potencia punta, potencia valle, peaje de acceso...

Todo esto viene a cuento porque desde el 1 de junio cambian los horarios del uso y disfrute de la corriente. Se ve que era poca la complejidad de la factura y ahora se paga por horarios. Tal parece que estas empresas son ahora los gendarmes de nuestras vidas. Van a organizar nuestra cronología doméstica para decirnos cuándo debemos poner la lavadora, la plancha, ver la tele, usar el ordenador, cocinar y demás actividades que dependen de esta energía. De tal manera que habrá que hacer vida nocturna pero en casa, porque son los horarios más baratos. No es necesaria ni una pandemia ni un toque de queda. Las eléctricas ya se están encargando de sustituir al Gobierno en estas ingratas labores de controlar los movimientos ciudadanos. Pues con llevar a cabo todas las tareas domésticas para que salgan más baratas ya son suficientes motivos para ni salir, ni dormir, ni soñar, ni… voy a abstenerme de citar otros verbos de la primera conjugación. El que viva solo acabará en un internado para llevar a cabo una cura del sueño. Las parejas tendrán que relevarse en el manejo de los enchufes, los machos y las hembras, que se dice en electrónica general. “Nights in white satin”, “noches de blanco satén”, la canción de “The Moody Blues” en los sesenta del XX, con la que sentimos el sabor agridulce de la adolescencia, podría ser esa lánguida melodía de los noctámbulos del frigorífico.

Lo curioso es que nadie se tira a la calle para protestar de forma masiva. Y si invitas desde aquí a llevar a cabo una revuelta en toda regla, pueden acusarte de xenofobia del alumbrado. Y ya te liaron. Acabo de venir de mi eléctrica de cabecera. Una empleada muy amable tras la mampara flexible me dice que lo tengo todo bien. Me siento un privilegiado. Le pregunto que si me baja la tarifa de 12 de la noche a 8 de la mañana puedo ahorrar. Y me responde que sí, pero que me la suben en el resto de periodos. Se hundió mi privilegio. Vamos, que estoy en eso que ahora llaman el rebaño de la inmunidad tarifaria. Al final me quedo con el recuerdo de los trepadores a los postes de la luz con los acoples atados a los pies, y las tacillas, llamadas finamente aislantes, de porcelana, que eran un exquisito adorno doméstico; y remato cogiendo un bollo de pan para hacerme un bocadillo de bombilla LED. Ya de perdidos…

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