La Nueva España

La Nueva España

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

LNE FRANCISO GARCIA

La reunión imaginaria

Los 29 segundos en que Sánchez le contó a Biden su visión del mundo mundial

Cuando se discurre que el tiempo es oro, veintinueve segundos dan para hacer usura; pero no tanto como para hacer pasar un anodino paseo de medio minuto por el tamiz de la piedra filosofal con la intención de convertirlo en una cumbre de Estado. En su lucha de velocista contra el reloj del agotamiento de la legislatura y de la pérdida de prestigio exterior del país, Pedro Sánchez consiguió, merced a los esfuerzos de su aparato de propaganda, hacer creer al común que se iba a reunir con el todopoderoso presidente de los Estados Unidos en un receso de la reunión de socios de la OTAN. Y el imaginario socialista, tan habituado al cuento de la lechera, ya había comenzado a ensoñar titulares rimbombantes: resuelta de un plumazo la crisis con Marruecos, eliminados los aranceles impuestos a los productos españoles por la Administración estadounidense y, de regalo, por su cara bonita, la organización en 2022 de la próxima cumbre de la Alianza Atlántica (encuentro ya previsto, por cierto, que fue aplazado en 2019 por la celebración de elecciones generales).

Al final, titulares, ni uno; solo suplentes. A cambio, mofa y escarnio. Por momentos Pedro Sánchez, pegado a Biden como una lapa, parecía Ánder Azcárate a la caza de un preciado autógrafo. Después del paseíllo no hubo puerta grande para el líder del PSOE, devuelto a los corrales de la irrelevancia internacional.

En veintinueve segundos se puede felicitar de compromiso, dar el pésame, encargar la cena al chino o contar un chiste malo, pero no parece el caso a la vista del gesto displicente del abuelo del Tío Sam a los requerimientos de su joven interlocutor, sin más atisbo en el rostro que un cierto asomo de fastidio por encima de la mascarilla, como cuando un futbolista soporta, estoico, el acoso de un hincha redundante.

El caso es que España se la suda a Washington. Y no es culpa de Sánchez ni de ahora. Desde que Aznar puso las botas tejanas sobre la mesa del rancho de Bush hemos dejado de trabajar en ello. Tampoco ayudó Zapatero cuando se quedó sentado en un desfile de tropas al paso de la bandera de las barras y estrellas. Ni Rajoy, más dispuesto a las páginas del “As” que a las reseñas sesudas del “New York Times”. La falta de política exterior es un cilicio, y como la gestión de lo foráneo no da votos, tuvimos presidentes que ni hablaban idiomas ni salían a conocer mundo. Bastante tenían, pensaban, con mantener limpia la puerta de casa como para preocuparse si el vecino segaba el prao y nos echaba la hierba por encima del seto.

Pasan estas cosas cuando se pone al frente del cuerpo diplomático a una experta en comercio. Tal vez habría que ofrecerle la cartera al ministro astronauta: ¿existe acaso en el gabinete de Sánchez algún integrante que entienda más de asuntos exteriores, incluso siderales?

PD. Usted, amigo lector, ha tardado más en leer está columna que Sánchez en explicar a Biden su visión del mundo. Con eso queda dicho todo.

Compartir el artículo

stats