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Laviana

Más allá del Negrón

Juan Carlos Laviana

¿Y los niños para cuándo?

El envejecimiento de la población desde China a Asturias: las negras perspectivas del invierno demográfico

Estamos muy preocupados por llenar la España vacía. Nos inquieta quién va a pagar las pensiones en un mundo envejecido. Nos angustia que nuestros jóvenes de menos de 25 años (casi un 40 por ciento de paro) no tengan expectativas. Muchas preocupaciones, muchas quejas. Pero no se ha oído una sola propuesta –ni de este Gobierno ni de ningún otro– para promover la natalidad. Ninguna. Como si quisiéramos soslayar el problema, lo más que proclamamos es esa disculpa facilona y falsa de que “este mundo no está para traer hijos”.

Se ha instalado la creencia falaz de que las políticas de natalidad son de derechas. No dan buena imagen a un gobierno autoproclamado progresista. Se ha aceptado como bueno el tópico de que se estigmatiza a las parejas que no tienen hijos. Esa temida pregunta que revuelve las tripas a quienes han optado por no tener descendencia. ¿Qué? ¿Y los niños para cuándo? Pero, en realidad, quienes están estigmatizadas, por raras, son las familias numerosas. ¡Serán del Opus!, se dice con desprecio, como si se tratara de seres abducidos. ¿Desde cuándo tener hijos ha dejado de ser algo positivo?

La mismísima China, adalid del control de la natalidad, ha tenido que dar marcha atrás. Dijo adiós a la política del hijo único y ahora se plantea cómo fomentar la natalidad en un pueblo cada vez más occidentalizado. No nacen tan pocos niños desde que el país sufrió la devastadora hambruna en los 60. Se han encontrado con una población envejecida y no hay quien sostenga esa carga. Las necesidades de infraestructuras para ancianos –asilos, hospitales– empiezan colapsar.

La gran tragedia de China es que está a punto de alcanzar una cifra dramática: 1,3 hijos por cada mujer en edad fértil, cuando la tasa necesaria para mantener la población es de 2,1. La cifra que angustia a Pekín únicamente es superada por cinco países en el mundo, de los cuales solo uno europeo: España. Sí, España que junto a los también mediterráneos Italia y Grecia sigue anclada en una presunta modernización.

Y, dentro de España, Asturias. Y dentro de Asturias, Avilés, nueva capital de la ancianidad en Europa. Uno de cuatro habitantes, tiene más de 60 años. Las autoridades se devanan los sesos para explicarse por qué en una de las ciudades del Principado donde más empleo se crea también es donde más baja la natalidad.

Lo de Asturias viene de antiguo. Miremos atrás en la familia. Mis abuelos paternos tuvieron cinco hijos. Los maternos, ocho. Mis padres, en la época de la parejita, tuvieron el primer hijo en la década de los 40. Momentos difíciles en los que también se planteaban las complicaciones de traer hijos a este mundo. Ni vivienda digna, ni buen sueldo, ni expectativas de futuro. Tuvo que llegar el párroco de Cocañín –famoso por su deportivo rojo en aquellos tiempos austeros–, para adoctrinar a mi madre once años después del primer hijo. “¿Qué es eso del hijo único?”, le espetó. “Estás en pecado mortal”. Mi madre, angustiada, reaccionó, aunque hay que reconocer que la situación ya era mucho más favorable. Y llegué yo justo para completar, al menos, la parejita e inaugurar la generación del “baby boom”.

La joven escritora Ana Iris Simón planteó el problema ante el mismísimo presidente del Gobierno. Su mensaje revolucionario provocó una conmoción. ¿Cómo es posible que se prefiera importar la natalidad antes que fomentarla dentro? ¿Cómo se puede pretender que los inmigrantes, tratados como mercancía y no personas, paguen nuestras pensiones? Estaba hablando de la solución, la única, que ofrece el plan 2050 al gravísimo problema demográfico.

Tal osadía le ha costado a Ana Iris Simón furibundas críticas de la izquierda, pese a que ella misma se considera de izquierdas. Y, claro, la derecha no ha dejado pasar la ocasión de instrumentalizar sus palabras en su favor. Debe de ser el precio de hablar con libertad.

Hay un enfoque equivocado. La natalidad no es un problema ni de izquierdas ni de derechas. Es un gravísimo problema esencial del ser humano. La pervivencia es uno de los deberes de cualquier especie, probablemente el primero, evitar su extinción. Pero eso no está bien visto socialmente y a nuestros gobiernos lo impopular, lo que no da votos, no les interesa ni siquiera cuando piensan en 2050. Entonces será demasiado tarde. No sé si salvaremos el planeta, pero de poco servirá si no salvamos también a sus moradores.

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