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JC Herrero

Epónimos o el arte de hacer política

Acciones que cobran vida propia

Esto de jugar con las cosas del comer por parte de los políticos, acciones políticas más bien, es reiterativo. Son pocas las veces que se lexicaliza la denominación del autor de los desaguisados, pese a que suelen montar más de un circo en cada legislatura, tanto izquierdas, derechas o mediopensionistas.

Así, a un ministro que no pudo equiparar la subida salarial al IPC le dio por regalarnos unos días de descanso a los trabajadores, o sea pagarnos en especie. Lexicalizado in saecula saeculorum, todo el mundo sabe lo que es un “moscoso” aunque nadie le ponga cara, eso es un epónimo en toda regla.

Con estos inventos, siempre insaculados de la manga, tenemos en ciernes los “ayusos” o “bono críos” que apuntan maneras para incentivar la natalidad, tal que cuando vayas con tu pequeñín en el carrito vendrá la curiosa de turno y te preguntará: –¿qué es la niña de Rajoy?–, la respuesta será meridiana: –¡no, es un “Ayuso”!.

Otrosí será el “escrivano”. Epónimo que empieza a erizarnos más de un pelo. Así, cuando te vean bajar del trailer con más años que el baúl de la Piquer te soltarán aquello de: –¡ahí va un “escrivano”!–, o sea uno que se acogió a la zanahoria, cheque al portador del ministro Escrivá, para que sigas trabajando nonagenario. Eso sí, de copiloto irá la gerocultora de rigor a la que tendrás que pagar, vaya, lo comido por lo servido.

De lograr la subida del salario mínimo interprofesional, la ministra de Trabajo, Yolanda, alcanzará su ansiado epónimo, tal que al indiscreto: –¿cuánto cobras? corresponde: –¡A Díaz gracias, lo justo!

A la moda epónima se incorporan el “pedrín”, lexicalizado del –¡ostras Pedrín!– por el que te conceden la libertad al poco de dar un golpe al estado –al anímico– de la mayoría de españoles.

Igualmente el “pedrín” pasará a ser moneda corriente, criptomoneda europea propuesta por el presidente de gobierno.

Léxico para un país épico donde los haya, por el que convertimos el mejor momento histórico, desde Felipe II, al epónimo “punto filipino” que caracteriza parte de nuestra singular idiosincrasia, la de algunos políticos. ¡País!

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