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Sobre el plan de salud mental

Una oportunidad para retomar el modelo comunitario

El Gobierno ha respondido al grupo parlamentario de IU de Asturias anunciando la elaboración del nuevo plan de salud mental durante el año en curso. Lo cierto es que el plan anterior de salud mental de Asturias no se actualizó casi hasta el final de su teórico periodo de vigencia y finalmente no contó con suficiente apoyo entre los sectores profesionales, que así lo manifestaron en las comparecencias parlamentarias, y tampoco logró el acuerdo mayoritario de la Junta General, en la que se criticó, con carácter general, la escasa participación y la inexistencia de memoria económica. Pero lo peor del último plan de salud mental ha sido que, como ya ocurriera con los precedentes, no ha conseguido evitar la inercia y el paulatino deterioro del modelo de salud mental en Asturias, una de las comunidades pioneras en la reforma psiquiátrica que no debiera perder la oportunidad de recuperar ese liderazgo.

El paso previo del próximo plan debería ser pues la evaluación crítica del que ahora termina, casi sin tiempo real de desarrollo, tanto de los escasos resultados obtenidos como también de su proceso de elaboración, a lo que habría que añadir los retos que la pandemia ha puesto en evidencia en materia de salud mental, todo ello antes de plantearse la elaboración de un nuevo plan.

La metodología conocida hasta ahora de elaboración del próximo plan debería haberlo tenido en cuenta; sin embargo, dicha premisa se ha obviado inexplicablemente, para en su lugar presentar precipitadamente lo que parece un calendario técnico y gerencial, sin orientación política y escasamente participativo de elaboración del nuevo plan durante este año 2021, lo que mucho me temo que pueda provocar el mismo magro resultado.

A los más directamente afectados, como son los pacientes, su entorno familiar y social y a los profesionales de la salud mental, se anuncia que les van a preguntar al principio y se les consultará el documento final. En consecuencia, será sobre todo el plan de los gestores de la red de salud mental y del SESPA, lo que tiene poco que ver con las recomendaciones de participación activa y de forma continuada de los organismos internacionales como la Organización Mundial de la Salud.

En definitiva, se trataría de nuevo de un plan meramente metodológico, cuando por el contrario lo prioritario sería definir una posición política sobre cómo abordar la revitalización o refundación del modelo de salud mental comunitario, hoy prácticamente agotado, y de hacerlo con la participación de los afectados y de los equipos profesionales del conjunto de los dispositivos de salud mental, entre los que se encuentran los pacientes, su entorno familiar y social, junto a los profesionales de la psiquiatría, la psicología, técnicos de salud pública, de enfermería, terapeutas ocupacionales, trabajadores sociales y auxiliares, que deberían estar presentes en todas las fases de elaboración, seguimiento y evaluación del plan de salud mental, según la OMS. Una oportunidad también para la adecuar nuestro sistema de salud mental después de la pandemia.

Solo así habrá un punto de inflexión en una planificación gerencial, hasta ahora con escasa incidencia en la modificación de la inercia clínica y asistencial de la red, en favor de un plan más participado e integral, y por ello con mayor capacidad de reorientación del sistema para así conectar con las necesidades de la sociedad asturiana actual.

Por eso el plan, lejos de repetir la casuística de planes anteriores, que apenas ha supuesto una indicación para los servicios, debería centrarse en las prioridades, que desde mi punto de vista podrían ser: frenar el deterioro actual y reorientar el modelo para la promoción de la autonomía y los derechos de las personas con trastorno mental y además la mencionada refundación del enfoque comunitario. En primer lugar corrigiendo el retroceso hacia las contenciones mecánicas o farmacológicas y las terapias electroconvulsivas, que en su conjunto nos informan del reto aún pendiente de los derechos básicos de las personas con trastornos de salud mental, y por otra parte, de la pervivencia del estigma sanitario y social que gravita sobre la enfermedad mental, en particular sobre los trastornos mentales más graves como las psicosis.

Este enfoque clínico se concreta en un exceso de tratamiento farmacológico individual, las carencias en el abordaje psicoterapéutico y de grupo, y la práctica desconexión de las medidas de salud pública en materia de prevención, promoción de la salud mental y sus determinantes sociales, con la red de atención de salud mental. El eje efectivo del sistema, frente a lo que proclama desde su origen el modelo asturiano de salud mental, es en realidad la planta de psiquiatría del hospital y en consecuencia el enfoque exclusivamente clínico y de tratamiento episódico de brotes agudos.

Todo ello exigiría retomar la potenciación de la orientación comunitaria y el papel de los centros de salud mental como núcleo del modelo comunitario, en colaboración con los centros de atención primaria. Un modelo que desde su inicio se quedó a medio camino desde el hospital psiquiátrico al modelo comunitario, en forma de asistencia psiquiátrica ambulatoria descentralizada.

Por estas mismas razones continuamos también con una indefinición de roles profesionales que se solapan, cuando no se ignoran entre sí, y con ello se agravan los déficits ya tradicionales para el trabajo en equipo, el abordaje integral y la labor comunitaria. También los dispositivos de rehabilitación para enfermos mentales más graves funcionan en realidad como dispositivos de respaldo, ante la plétora de las plantas de agudos y por tanto carentes de la orientación, la dirección y la evaluación necesarias a la luz del programa del trastorno mental severo, pendiente de cumplimiento y actualización, ya desde principios de la primera década de este siglo. Mientras no arreglemos estos problemas casi sistémicos del modelo de salud mental, de poco serviría el necesario incremento de recursos, de profesionales y de dispositivos. Es verdad que, en parte, es cuestión de cantidad, de equipos profesionales, pero tanto como de enfoque y de organización.

En cuanto a las lecciones del covid en salud mental, aparte de los efectos del confinamiento sobre ya deficiente seguimiento del trastorno grave, así como de su impacto en el funcionamiento presencial de los centros de salud mental, y el incremento previsible de la incidencia de los trastornos ansioso-depresivos, que en todo caso habría que vincularlos a la Estrategia española de salud mental, que también está pendiente de actualización desde el año 2013. En el último borrador de la misma se hablaba también de potenciar la salud mental comunitaria y la red de salud mental, así como de temas más específicos como el suicidio o el autismo, aunque como en el caso del plan de salud mental asturiano, tampoco ha servido hasta hoy para la actualización y articulación del sistema de salud mental comunitaria en España, que de nuevo se ha quedado tan solo en los papeles. Una estrategia que, como el plan de salud mental, ni siquiera ha llegado a formar parte de la formación de los residentes en psiquiatría, psicología clínica y enfermería. También aquí, otra asignatura pendiente.

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