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Jorge J. Fernández Sangrador

Iter Europaeum

El 50.º aniversario de las relaciones entre la UE y la Santa Sede

Han transcurrido 50 años desde que Igino Eugenio Cardinale, Nuncio apostólico y Jefe de la Misión de la Santa Sede en Bruselas, entregase las Cartas credenciales a Franco Maria Malfatti, Presidente de las Comunidades Europeas. Era el 10 de noviembre de 1970.

Fue así como dieron comienzo oficialmente las relaciones diplomáticas entre la Unión de países europeos y la Santa Sede. A partir de entonces, la colaboración entre ésta y los veintisiete Estados que componen aquella ha sido cada vez más intensa.

Para conmemorar el cincuentenario de la ocasión, la Unión Europea y las embajadas de sus Estados miembros acreditados ante el Vaticano han organizado un recorrido por veinticinco iglesias de Roma asociadas a dichos Estados, al que se ha dado el nombre de “Iter Europaeum”.

Las visitas a los templos, que han tenido lugar en los domingos comprendidos entre el 9 de mayo y el 27 de junio, fueron inauguradas por Angelo de Donatis, Cardenal Vicario de Su Santidad para Roma, y Egils Levits, Presidente de Letonia, en la Archibasílica de San Juan de Letrán con la celebración de una Misa.

Y fueron clausuradas en el Campo Santo Teutónico, en el Vaticano, por el Arzobispo Paul Richard Gallagher, Secretario para las Relaciones con los Estados, quien evocó, en la homilía de la Misa conclusiva, unas palabras pronunciadas por el Papa, el 25 de noviembre de 2014, ante el Parlamento Europeo:

«Ha llegado el momento de abandonar la idea de una Europa atemorizada y replegada sobre sí misma, para suscitar y promover una Europa protagonista, transmisora de ciencia, arte, música, valores humanos y también de fe. La Europa que contempla el cielo y persigue ideales; la Europa que mira y defiende y tutela al hombre; la Europa que camina sobre la tierra segura y firme, precioso punto de referencia para toda la humanidad».

Aunque, en la Ciudad Eterna, existen varias iglesias vinculadas a España, siendo las principales la Nacional de Santiago y Montserrat, la de Santa María la Mayor, la de la Santísima Trinidad de los Españoles y la de San Pedro “in Montorio”, fue ésta la elegida para ser inscrita en el peregrinaje “Iter Europaeum”. Los Reyes Católicos mostraron gran interés en reconstruirla, dada la importancia que el lugar tiene en la tradición cristiana, pues, según se dice, allí crucificaron al Apóstol san Pedro.

Recuérdese, además, que los lazos diplomáticos entre España y la Santa Sede vienen precisamente de los tiempos de Isabel y Fernando, como ha declarado, en una entrevista reciente, María del Carmen de la Peña Corcuera, Embajadora de nuestro país ante el Vaticano:

«La relación específica de España con la Santa Sede es histórica y de las más antiguas y profundas en el tiempo. Se remonta a los Reyes Católicos, en el siglo XV. Por otro lado, la contribución religiosa de España ha sido decisiva para la Iglesia a lo largo de todos estos siglos, desde la contribución doctrinal de nuestros cuatro doctores de la Iglesia (san Isidoro de Sevilla, san Juan de la Cruz, santa Teresa de Jesús y san Juan de Ávila) al origen español de diversas e importantes órdenes e instituciones religiosas».

Y en cuanto a la mutua colaboración, De la Peña Corcuera ha señalado, como asuntos de común interés para la Unión Europea y la Santa Sede, los de la defensa de la dignidad de la persona, el desarrollo de las libertades y de los derechos sociales, el cese de la violencia y de las guerras y la implantación de la paz, la erradicación de la pobreza y la lucha contra el tráfico ilegal de personas, entre otros.

De modo que, con la participación de todos, la de la Iglesia y la de los veintisiete Estados miembros de la Unión, Europa podrá llegar a ser realmente aquella con la que sueña el Papa Francisco, en los términos que él mismo le manifestó, en su carta del 22 de octubre de 2020, al Cardenal Pietro Parolin: una Europa que sea amiga de la persona y de las personas; una Europa que sea una familia y una comunidad; una Europa que sea solidaria y generosa.

Y una Europa «sanamente laica, donde Dios y el César sean distintos, pero no contrapuestos. Una tierra abierta a la trascendencia, donde el que es creyente sea libre de profesar públicamente la fe y de proponer el propio punto de vista en la sociedad».

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