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Elena Fernández-Pello

La Carrà os hará libres

El insólito encuentro televisivo de la estrella y la Madre Teresa

Rafaella Carrà, durante una actuación.

Raffaella Carrà solía decir que en la vida pocas cosas son más necesarias que la libertad. Dicho y hecho. Durante toda su vida ejerció de mujer libre, en el más amplio sentido de la palabra. Hizo poco más o menos lo que le dio la gana, sin despeinarse –siempre la recordaremos por su impecable melena rubia– y con aquella naturalidad suya, tan genuina.

En los 70 la Carrà se hizo popular por canciones pegadizas, facilonas, con letras picantonas que ella supo convertir en himnos al amor –que debía ser elegido libremente, por supuesto–, al disfrute –de todo tipo, también sexual, claro que sí–, a la independencia, a la alegría y, cómo no, a la fiesta.

Aquella joven voluptuosa y desvergonzada era observada, al parecer bastante atentamente, por el Vaticano. En ella debían ver, poco más o menos, a una Jezabel reencarnada. En 1971 Raffaella lanzó el “Tuca Tuca”, una cancioncilla sobre una mujer enamorada que acompañaba con un baile bastante ingenuo –toca aquí, toca allá; que si la rodilla, que si la cadera ...–. Tanto tocamiento encolerizó a la curia romana, más laxa en otras circunstancias sobre ese asunto, así que emprendió una campaña de desprestigio contra la Carrà desde “L’Osservatore Romano”. Hicieron la vida imposible a la artista y hasta que consiguieron que dejaran de publicarse las listas de éxitos en las que ella ocupaba los primeros puestos. Raffaella siguió a lo suyo, y el revuelo que se armó propulsó más su fama.

Trece años después, en 1984, era una estrella indiscutible de la canción y de la televisión. Triunfaba en la RAI con el programa “Pronto Raffaella”, en el que ofrecía a los telespectadores un menú ligero de números musicales, entrevistas, algún concurso y mucha simpatía. El 13 de abril, sin que nadie la avisara, se vio sentada junto a la Madre Teresa de Calcuta, que había viajado a Roma para dar a conocer el trabajo de las Misioneras de la Caridad, la congregación que había fundado en la India en 1950. La religiosa tenía especial interés en hablar con la cantante y aprovechar su popularidad para hacer llegar su mensaje contra la pobreza y contra el aborto a más gente.

Es un momento televisivo insólito. Frente a frente, la Carrà, con uno de aquellos vestidos imposibles que se gastaba, con lentejuelas y unas mangas transparentes y exageradas, todo un espectáculo, y la Madre Teresa, que con el tiempo llegó a ser santa, tan menuda, tan poca cosa, con aquel austero sari blanco.

Raffaella Carrà, señalada por la Iglesia cuando era más joven y tenía más que perder, dedicó a la monja toda su atención, se interesó por sus cosas sin prejuicios. Tampoco los tuvo la monja en dejarse entrevistar por quien había sido condenada por sus correligionarios. Tan distintas, aquellas dos mujeres encontraron un espacio común en el que dialogar con sinceridad y respeto y en el que, aunque sus mundos y sus ideas estuvieran tan alejados, fueron capaces de entenderse.

La Carrà, votante confesa del Partido Comunista Italiano, era tan libre que se permitía emocionarse, vivir y sentir cómo y con quien le daba la gana.

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