La Nueva España

La Nueva España

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Pablo Castaño

Análisis

Pablo Castaño

Empezar por el principio

Una esperada descarbonización del acero que debería haber antecedido al intenso despliegue de renovables

Estaba tardando. El plan de descarbonización de la siderurgia asturiana valorado en mil millones que presentaron ayer la familia Mittal y Pedro Sánchez tenía que estar sí o sí en la lista de prioridades de un Gobierno que se declara ecologista.

Las razones para incentivar y apoyar la inversión son poderosas. En primer lugar, porque es vital para la continuidad de una actividad que da empleo directo a casi 5.000 asturianos y que es una de las vigas maestras que sostiene la tambaleante economía regional. Y en segundo lugar, porque, ahora que tanto se habla de la soberanía industrial, tener un potente sector de fabricación del acero es una vacuna contra la dependencia del exterior.

Pero más allá de esas razones, la apuesta por la descarbonización de la siderurgia es una cuestión de lógica y coherencia por parte de un Gobierno que presume de estar en primera línea de la lucha contra el cambio climático. Poner palos en las ruedas de la gran industria (mediante una transición energética desordenada, unos precios de la energía desbocados y unas regulaciones de los residuos que aprietan las tuercas al sector) poco ayuda a avanzar hacia una economía más verde porque resta posibilidades de inversión en nuevas tecnologías limpias y abre de par en par la puerta a las deslocalizaciones, a las fugas de las industrias a paraísos sucios donde emitir gases de efecto invernadero no tiene coste económico pero sí los mismos efectos globales sobre el medio ambiente.

Si el Gobierno de Pedro Sánchez quiere llenar el país de torres eólicas, huertos solares y vehículos eléctricos para acabar con las emisiones de CO2, lo lógico es empezar descarbonizando la producción de la principal materia prima con la que están fabricados: el acero. De lo contrario se estarían apagando incendios con lanzallamas.

De las factorías de ArcelorMittal en Asturias, como apuntó ayer el propio Pedro Sánchez, salen toneladas y toneladas de chapa gruesa con la que se fabrican componentes de las gigantescas torres eólicas terrestres y marinas, y nuevos barcos más eficientes con los que avanzar en la descarbonización del tráfico marino. También carril por el que circulan trenes y tranvías eléctricos; bobinas de galvanizado con las que se fabrican coches que reemplazan a los más contaminantes; hojalata para envases que sustituyen al plástico de un solo uso, y cada vez más toneladas de Magnelis, un acero con un recubrimiento metálico (una aleación compuesta por zinc, aluminio y magnesio) resistente a la corrosión que se utiliza para las estructuras de soporte de los paneles solares. El despliegue de renovables y el cambio de hábitos para cuidar el medio ambiente pasan por un uso intensivo del acero. No acelerar la descarbonización de su producción supone desandar parte del camino hacia un futuro más verde. A un Gobierno ecologista lo menos que se le puede pedir es que lo sea.

Compartir el artículo

stats