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José Manuel Ponte

El motorista de El Pardo

La crisis de Gobierno

Preguntado hace una semana si iba a promover una crisis de Gobierno, el señor Sánchez dijo que ese asunto no figuraba entre sus preocupaciones inmediatas. Luego resultó (marca de la casa) que si lo era y más extensa de lo que se sospechaba. Al menos por lo que se refiere a los ministros nombrados por los socialistas (siete) porque los del cupo de Podemos permanecen inamovibles. La única que avanza en el casillero es la ferrolana Yolanda Díaz que pasa de vicepresidenta tercera a segunda, un puesto por detrás de la coruñesa Nadia Calviño la mujer fuerte de la política económica y la llamada a influir en el adecuado reparto de los fondos europeos. De la buena o mala relación entre estas mujeres, durante los dos años que (teóricamente) restan hasta las próximas elecciones, depende el futuro de Sánchez que, no se olvide, accedió a la presidencia por una moción de censura apoyada por una alianza coyuntural de fuerzas heterogéneas. La partitura que toca interpretar a la señora Calviño es conocida y responde a una musicalidad social-liberal. Mientras que la de la señora Díaz, más popular, suena parecido a lo que cantan sus conciudadanos el Día de las Pepitas por las calles de Ferrol. En cualquier caso, nada que se pueda calificar de “marxista” como acaba de decir el presidente de la patronal. Dos años son una eternidad en política y acabaremos viendo cosas que ahora mismo nos parecen impensables. De todas formas, el mayor interés de los politólogos estuvo centrado en el cese de Iván Redondo, considerado como el asesor más influyente de Sánchez. Al parecer, aspiraba a ser ministro de la Presidencia para controlar mejor el día a día de la agenda gubernamental. Todavía hace poco Redondo había manifestado que se tiraría a un barranco detrás de su jefe si fuera preciso. No hubo lugar esa demostración de fidelidad y en el seno del PSOE se saludó su cese con inocultable satisfacción. Unos porque recelaban de su exceso de poder y otros porque desconfiaban de alguien que había trabajado antes como asesor de dirigentes del PP. El secretismo es consustancial con el ejercicio del poder y tiene una liturgia propia. Y todos los que lo ejercen, sean o no demócratas, gustan de sorprender a quienes van a ser nombrados o cesados. Durante la dictadura, el general Franco nombraba a los ministros de entre las “familias” (militares, falangistas, monárquicos, oligarcas, nacional-católicos, etc., etc.) que apoyaban al régimen. Normalmente, casi nadie los conocía antes de su nombramiento y cuando les llegaba la notificación oficial se marchaban agradeciendo al líder supremo que se hubiera fijado en ellos para cumplir tan alta misión. Se decía que el cese les llegaba por un motorista del palacio de El Pardo que era la residencia oficial del dictador. Vamos, como una entrega de reparto a domicilio.

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