La Nueva España

La Nueva España

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Francisco Sosa Wagner

Yo soy el Otro

La llamada ley “Trans”

En este festival inaugurado hace poco de los géneros y las identidades, las personas de mi entorno están encantadas porque se hallaban un poco forzadas en su condición.

–Yo he lamentado, me decía mi amiga Adrenilda, la angostura de las alternativas, el estrecho catálogo del que he dispuesto siempre en el que escoger. Figúrate el calvario que significa pasar la vida haciendo de mujer, teniendo las reglas, pariendo cinco hijos que son hoy cinco castillos y siempre soñando con algo que enriqueciera mi vida, empequeñecida por un sexo que en mí nunca ha acabado de despegar. Encima, ejerciendo de oftalmóloga que es profesión que te permite ver que existen nuevos horizontes, lo que es añadir tortura sobre tortura.

– Y ahora …

–Gracias a una ley que ha aprobado el Gobierno de Progreso me he hecho varón cabal, varón con ganas de que se reediten las Cruzadas para irme a servir a Godofredo de Bouillon, sangro vigor guerrero por la piel, soy –ya lo ves– moreno como un marinero de los mares del Sur y además me está brotando una barba fluvial aunque lo más importante es que he abandonado la oftalmología y, ejerciendo mi derecho de autodeterminación, me he convertido en capitán de corbeta. Tengo ya la corbeta en casa y no sabes qué primor es, al carajo he mandado el tratamiento del ojo seco de lo que estaba hasta la córnea.

El lector / lectora / lectore podrá pensar, en su apocamiento tradicional, que este de mi amiga Adrenilda es un caso aislado.

En absoluto, estoy experimentando la difusión de estos comportamientos. Mi taxista, Prisco, que siempre ha tenido cara de beneficiado catedralicio, ahora está exultante:

–Habrás advertido –siempre nos hemos tuteado– que se ha suprimido el requisito de disponer del “diagnóstico de disforia de género”. Y menos mal porque todo ha ido más transversal e inclusivo. Ahora soy agente creativo, youtuber y estoy a punto de ser además influencer. Te tendrás que buscar otro taxista.

Es decir que a mi alrededor no hay más que alegrías. Y alivio, mucho alivio por haber superado cárceles angostas diseñadas por las derechas.

Pero, ay, siempre hay alguien que sufre. Es el caso de mi vecina Crescencia.

Crescencia sufre, Crescencia llora, Crescencia hipa, Crescencia se agita entre sollozos, Crescencia no admite consuelos.

–Soy desgraciada, no sé cuál es mi género, justo cuando es mayor el inventario en el que escoger. He pedido información al Ministerio de Igualdad y me he inscrito en el Registro de Aturdidos. Veremos.

Peor aún es el caso de Guido, un hombre (?) apático, inconexo, interrnitente. Lució en su tiempo barba en forma de escarola pero ahora es lampiño como un angelote de Murillo. Su problema es otro:

–Todo el mundo me apremia pero es que yo no quiero averiguar cuál es mi género, soy abúlico, desganado y por eso me niego, me he negado siempre, incluso en la época oscura en la que no se habían aprobado leyes progresistas, y ahora me cuesta mucho trabajo decidirme.

Si Guido hubiera leído a Robert Musil sabría que es el “hombre sin atributos”.

Como no lo ha leído, se ha contentado con mandar una instancia al Ministerio para que se cree el Registro de apáticos. Y como anda mal del hígado ha pedido que se complete con el de hepáticos.

¿Y qué decir de mí mismo? He sido más resuelto: yo soy el Otro. O la Otra. ¡Cualquiera sabe!

Compartir el artículo

stats