La cúpula de ArcelorMittal anunció esta semana en Gijón, con el aval del presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, una inversión de mil millones de euros para transformar la factoría de Veriña y reducir a la mitad las emisiones de CO2. En un momento clave para la gran industria de la región, atrapada entre las exigencias de un cambio de ciclo obligado por los efectos de la descarbonización y unos precios de la energía desbocados, el acuerdo inversor que afecta a la cabecera asturiana es una buena noticia para la economía del Principado en tiempos de zozobra. Despeja el futuro de la siderurgia, abre oportunidades al tejido empresarial del entorno y, aun con las incertidumbres y recelos que confiemos en que el tiempo ayude a conjurar, aporta un excepcional argumento para revertir el pesimismo que lastra el despegue tras una pandemia en la que hubo que priorizar la sanidad sobre la economía. 

La milmillonaria inversión en ArcelorMittal limpia los nubarrones que se cernían sobre las plantas asturianas del gigante mundial del acero. El proyecto recién presentado, que supone el cierre del horno alto A de Gijón y su sustitución por un horno de arco eléctrico, así como la construcción de una nueva planta de reducción directa de mineral de hierro alimentada con hidrógeno verde, apuntala la siderurgia regional en un nuevo modelo energético basado en las exigencias europeas. La supervivencia de las factorías de Avilés y Veriña afianza la continuidad de una actividad industrial que sostiene 4.800 puestos de trabajo directos y otros 2.000 indirectos vinculados a empresas auxiliares en un sector primordial para la economía de Asturias. La multinacional mueve en el Principado 1.400 millones de euros al año, lo que supone el 12% del PIB regional. Hablamos de una actividad sin la que no es posible entender la historia reciente de esta comunidad autónoma e indispensable para mantener en pie la Asturias industrial del futuro.

La disposición de fondos europeos ha sido clave para allanar la viabilidad de la siderurgia asturiana en un escenario de severas complicaciones. La mitad de la inversión prevista, 500 millones de euros, procederá de los planes comunitarios para la reconstrucción tras la pandemia y de ayudas estatales y regionales. Queda un largo recorrido hasta que la Unión Europea autorice los planes del Gobierno de España, pero la voluntad está ahí y hay que empezar a hacerla realidad. Cuando la iniciativa privada y el sector público van de la mano, el avance es siempre menos dificultoso que cuando desde uno u otro lado se dinamitan los puentes de la cooperación y el entendimiento. De igual forma que las administraciones públicas acaban de mostrar generosidad con el proyecto verde de Arcelor, la familia Mittal, en justa correspondencia, está obligada a mantener y reforzar su compromiso con Asturias. Y una de las vías para certificar esa avenencia es garantizar la producción y el empleo de sus plantas asturianas.

El futuro es incierto, pero mucho peor es no tenerlo. A la espera de conocer el impacto que el cambio tecnológico tendrá sobre la capacidad de las factorías asturianas y sus plantillas, así como sobre la actividad de El Musel, reconforta saber que la compañía del magnate hindú estudia inversiones a corto plazo en los talleres que registran mayor demanda, como los de galvanizado y hojalata de su factoría de Avilés.

El proyecto de ArcelorMittal en Asturias coincide en el tiempo con el anuncio desde Bruselas de un arancel que protegería la producción del acero europeo, una vieja aspiración de la industria asturiana para levantar barreras fiscales a la competencia procedente de países con una legislación medioambiental más laxa que la que aplica la UE. Soplan pues vientos más propicios para la siderurgia asturiana y por ende para la industria auxiliar, que bien pueden servir además de elemento tractor para nuevas actividades económicas, como días atrás aventuró la flamante presidenta de la patronal asturiana FADE, María Calvo.

La multimillonaria inversión para producir acero verde que la compañía pretende que esté operativa en 2025 supone, en el plano de lo intangible, una valiosa inyección de autoestima para Asturias. La gran siderurgia y otras compañías vinculadas a las energías renovables se abren paso en un sector cada vez más competitivo. Es el caso de la avilesina Windar, que acaba de ampliar sus proyectos en eólica marina; la gijonesa TSK, con proyectos en distintos continentes que muestran su crecimiento a través de la innovación; o los astilleros Gondán y Armón, que se especializan en la construcción de barcos no contaminantes y dotados de los principales avances tecnológicos, por citar algunos ejemplos.

Ante iniciativas de semejante calibre no cabe la resignación. Más bien al contrario. En un momento crucial para la economía del planeta en la aplicación de fuentes de energía más limpias y sostenibles, la región tiene motivos para sacudirse el fatalismo y creer en sus capacidades y fortalezas, que las hay y son múltiples.