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Jesús Arango

Asturianos de aquí y de allá

La evolución económica y social de una región condenada a perder habitantes

Asturias tiene actualmente 1.018.784 habitantes, casi 100.000 residentes menos que en 1994, año en el que se alcanzó el máximo de población. Los asturianos en edad legal de trabajar (de 16 a 64 años) suman 634.642 personas, que según la última Encuesta de Población Activa (EPA) sólo se transforman en 447.400 activos, de los que 384.400 tienen un empleo y 63.000 están parados. Se trata de una población envejecida -la más envejecida de España-, en la que las personas de 65 y más años ya suponen más de una quinta parte de los habitantes, y significan más del doble del estrato de población más joven (de 0 a 15 años). Además está población está desigualmente distribuida en el territorio, pues tan sólo cuatro concejos (Gijón, Oviedo, Avilés y Siero), que representan el 6 por ciento del territorio, albergan a 620.927 habitantes, lo que significa el 61 por ciento de la población regional. Asimismo, los desequilibrios poblacionales quedan de manifiesto si se tienen en cuenta las acusadas diferencias en la densidad de población, que fluctúan entre 2.902 habitantes por kilómetro cuadrado en el concejo de Avilés y menos de 3 en el caso de Ponga. El desierto demográfico se extiende ya por 22 concejos, que tienen menos de 10 habitantes por kilómetro cuadrado y que suman casi un tercio de la superficie asturiana.

Ante este desolador panorama poblacional, que ha venido en llamarse reto demográfico, cabe preguntarse cómo sería la población actual de Asturias si la economía regional hubiese sido capaz de generar el empleo suficiente para que los asturianos no tuvieran que haber emigrado a otras tierras en busca de mejores condiciones de vida. La respuesta precisaría de una serie de trabajos de “arqueología” de la economía regional del tipo de los realizados por el historiador británico, Angus Maddison; no obstante, se pueden avanzar algunos escenarios a partir de los datos de salidas al continente americano entre los años 1830 y 1930 que se aportan en una investigación sobre la emigración que realizó en su día el profesor Rafael Anes.

Mediado el siglo XIX, en 1860, la región contaba con 540.586 habitantes, a pesar de que entre 1830 y 1860 habían emigrado a las Américas en torno a 40.000 jóvenes asturianos. La espita de la emigración continuó y el flujo alcanzó los 97.450 emigrantes entre 1860 y 1900, alcanzando la población asturiana en este último año la cifra de 637.798 habitantes. En las tres primeras décadas del siglo XX el ritmo migratorio alcanzó cotas aún más elevadas, registrando una salida de 259.191 personas hacia el continente americano. A pesar de ello, la población regional registró en ese periodo un aumento del 31 por ciento, situándose en 1930 en los 834.553 habitantes.

Así pues, en el período de cien años que va desde 1830 a 1930 –que coincide con la explotación creciente de la riqueza hullera regional y con la implantación de importantes empresas industriales, tales como Real Compañía Asturiana de Minas, Fabrica de Mieres, Duro, Sociedad de Minas y Fábrica de Moreda y Gijón, y Sociedad Industrial Asturiana Santa Bárbara–, las zonas rurales de Asturias sufrieron la pérdida de casi 400.000 jóvenes que se fueron “a hacer las Américas”.

Al margen de que la corriente migratoria a tierras americanas comenzase antes y de que la emigración continuase con posterioridad al período 1830–1930, cabe preguntarse que población tendría hoy Asturias si esos 400.000 jóvenes se hubiesen podido quedar en su tierra y formar una familia. Partiendo del hecho de que la gran mayoría de esos emigrantes eran varones, a modo de hipótesis, si se considera, por ejemplo, generaciones de padres cada 30 años y un promedio de 3 hijos por pareja, y suponiendo que en cada generación un 20 por ciento quedó soltero o sin hijos, los cálculos derivados de esa progresión geométrica arrojan que en el año 2020 los descendientes de las familias formadas por los asturianos que emigraron a América entre 1830 y 1930 sumarían una población de 5.411.772 habitantes, más de cinco veces la que tiene actualmente Asturias. Si se rebaja la hipótesis de 3 a 2 hijos por pareja, el resultado varía significativamente estimándose los descendientes de ese colectivo de emigrantes en 1.522.957 habitantes. En todo caso, estaríamos ante cifras que como minino más que duplicarían la población asturiana de hoy en día.

Sin embargo, la realidad es que esta tierra –que un estudio de Miguel Artola consideraba como la región más pobre de España a finales del siglo XVIII– ha sido incapaz de generar la riqueza necesaria para que una parte de los naturales del país no tuviesen que abandonarla. No creo equivocarme mucho al señalar que una gran mayoría de los nacidos en las zonas rurales contamos con algún familiar en esas listas de emigrantes y que por tanto una parte de la memoria de Asturias está ligada a los avatares de esas generaciones de asturianos que un día partieron de nuestras aldeas. Para no olvidarnos de sus historias y de su actividad allende los mares ahí está el Museo de la Emigración, que impulsó en 1987 el gobierno regional y que gestiona la Fundación Archivo de Indianos presidida actualmente por Francisco Rodríguez. Gracias al ingente trabajo desarrollado por personas como su director, Santiago González Romero, cuando se visita la Quinta Guadalupe en Colombres se pueden visualizar los recuerdos que un día nos contaron nuestros abuelos sobre los asturianos de allá, y uno se puede sentir orgulloso de ser asturiano de aquí.

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