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Antonio Trevín

Cuba, no es fácil

“No es fácil, mi amigo”, exclaman frecuentemente los cubanos. No lo es, entender su complejidad.

Fui consciente de ella hace ya un cuarto de siglo. En la tienda de “tabacos” de la Quinta Avenida. El encargado, cubano suscrito al “ABC”, periódico español que leía con un día de retraso, me la describió en toda su amplitud: “Desengáñese, Fidel y Franco son igualitos. Los dos gallegos, los dos personalistas, los dos mandones”.

Aunque nuestros análisis políticos discrepaban, aquel vendedor del mejor tabaco del mundo, me vacunó, en Cuba, contra la simplificación.

Es un país que quiere a los españoles. Sin complicaciones ni reproches. Con complicidades deportivas: siguen nuestra liga de fútbol, alineándose mayoritariamente con el Barça o el Real Madrid. Con una canción emblemática para varias de sus generaciones –su particular “Mediterráneo” de Serrat– de un asturiano de Quintes, Luis Gardey: “Una cinta en el pelo”. Y todos presumen de abuelita o abuelito español. Hace tan solo cuatro generaciones todos lo eran. Circunstancia que, en 2008, provocó una seria crisis política entre los gobiernos cubano y español. No transcendió porque se manejó con inteligencia y discreción, pero puedo asegurarles que estuvimos en un tris de romper relaciones diplomáticas.

Me trasmitió el problema el “Gallego Fernández”, asturiano por padre morciniego. Aprovechó la confianza que teníamos para advertirme que el Consejo de Ministros cubano, del que era Vicepresidente, creía que la Ley de Memoria Histórica del gobierno de Zapatero se promulgaba para desestabilizar Cuba. Sorprendido le pregunté en qué fundamentaban sus temores. Y me lo explicó.

La ley permitía optar por la nacionalidad española a los hijos de personas originariamente españolas, “sin importar la fecha de nacimiento ni el lugar”. “Con ella –me indicó–, la mitad de los cubanos, al menos, podrán hacerse españoles”. Consciente del “encargo informal” que me trasmitía, informé del asunto al Ministerio de Asuntos Exteriores. Varias reuniones discretas lograron superar el desencuentro.

Con “manca finezza” diplomática, de la que conviene tomar buena nota ante la gravísima crisis que actualmente padecen. Los ciudadanos cubanos y los españoles que residen en la isla precisan urgentemente de nuestra solidaridad y buenos oficios.

El primer ministro, Marrero, anunció que se podrá entrar en Cuba con comida, productos de aseo o medicamentos sin límite y sin gravámenes. La colonia asturiana los espera y desea “como el comer”. Nunca mejor dicho.

La decisión sobre el futuro de los cubanos solo a ellos corresponde. Los EEUU, geográficamente tan cercanos, deben atenerse, como los mirones en el mus, a “dar tabaco” –aunque sus tampeños no estén al nivel de los habanos– y suprimir el bloqueo que tanto dificulta la vida diaria de la población.

Son España y la Iglesia Católica quienes están en mejor condición para favorecer el diálogo que posibilite una transición como la española del 78. Deben intentarlo.

A Casado, especialmente lenguaraz con este asunto y en dirección bien diferente a la de sus predecesores en el PP, conviene recordarle la frase de Churchill al laborista Graham en los Comunes: “Le felicito. Ha hablado sin ninguna nota y casi sin ningún sentido”.

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