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LNE FRANCISO GARCIA

Billete de vuelta

Francisco García

Qué verde era mi hidrógeno

El hidrógeno verde, del que algunos iluminados vienen hablando desde hace décadas, predicando sus bondades en el desierto, es para los profanos en materia energética el descubrimiento del año, el gas filosofal de un nuevo mundo descontaminado y limpio. Puesta fecha a la descarbonización y elevadas a los altares de la globalización las energías renovables, este combustible que se obtiene mediante electrólisis, un proceso que consiste en aplicar una corriente eléctrica para separar el hidrógeno y el oxígeno del agua, se antoja el combustible eterno. No se olvide que el hidrógeno es el elemento más básico y ubicuo del universo. Es el material del que están hechas las estrellas y el sol.

Y una de sus ventajas se encuentra en que arde. Usted, amigo lector, podrá encender en el futuro una barbacoa con hidrógeno, sin más humos resultantes que vapor de agua. No es de extrañar que Arcelor se plantee utilizar este combustible en la fabricación de acero, bajando a la mitad su actual tasa contaminante.

Hasta aquí la parte bonita. El hidrógeno se puede comprimir, licuar y transportar, pero esas operaciones, como su almacenamiento, disparan enormemente el precio, tal que muchos expertos lo califican de “electricidad disfrazada”, a un coste poco competitivo, hoy por hoy. Luego no es oro todo lo que reluce en este mi verde valle.

Comienza una nueva carrera y hay que atarse las zapatillas y correr. Otros ya han partido de la posición de salida y acumulan ventaja. Como Aragón, con un centro tecnológico de alto nivel, la Fundación Hidrógeno; o el País Vasco, que ha forjado ya su Corredor del Hidrógeno, que aglutina a 78 empresas y entidades dispuestas ya a invertir 1.300 millones. Aquí, mientras, seguimos mareando con el bable.

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