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Fernando Granda

Sin romerías pero con burocracia

La decepcionante respuesta del Principado ante una petición para proteger la ancestral fiesta llanista de la Quema de las Bruxas de Barro

Recorrió el municipio de cabo a monte, pueblo por pueblo. Hace ya unos años mi buen amigo Vicente Gómez, un moderado verbenero y taxista de profesión, realizó un gran trabajo de campo y entre los dos recopilamos una lista con la casi totalidad de las fiestas del concejo y constatamos que en Llanes el verano era una continua romería. Visitando pueblos, consultando santorales y calendarios, recordando anécdotas y curiosidades de folixias precedentes, compusimos una verdadera guía hedonista para el verano día por día. Una página con la historia y el panel festivo fue publicada en un diario de tirada nacional un fin de semana de principios de julio. En el minucioso cuadro se constataba que no había jornada entre san Pelayo y san Miguel en la que no hubiese una romería en el Oriente astur.

Si el concejo llanisco tiene 29 parroquias (mayoritariamente “campesinas”, según el estudio del Comisionado para el Reto Demográfico, Jaime Izquierdo) Vicente Gómez y este firmante contamos un centenar de fiestas en el periodo estival, prácticamente tres romerías por parroquia, casi una en cada capilla o santín, en cada aldea, en cada barrio, en cada lugar. En semanas concretas más de una por día. Procesiones, romerías, verbenas y octavas. Y por supuesto, resacas. Tambor y gaita. De Buelna a Pría, del Guadamía al Cabra, del Cuera al Cantábrico en verano todo era folixia. San Pelayo, el Carmen, la Magdalena, Santiago, santa Ana, los Santinos, la Virgen de… san Roque, las Bruxas, san Antolín, la Guía, la Blanca, el Cristo... Así hasta el centenar. Bailábase el pericote, el xiringüelu, el corri-corri, jotas… la danza prima. Y “moderno”. Música del momento –rock, twist, bossa nova...-– y desde pasodobles, cha-cha-chas, rumbas… hasta la conga de Jalisco. Ni un rincón sin procesión.

Cuando en 2020 vislumbramos que el año pasaría en blanco respecto a celebraciones presenciales, personalmente envié una carta a Berta Piñán, consejera de Cultura, Política Llingüística y Turismo, para preguntarle si había alguna posibilidad de conceder la condición de Fiesta de Interés Turístico a la Quema de las Bruxas de Barro, en Llanes. Solicitaba ayuda nominal porque la tramitación para lograr esa condición “creo que no está al alcance del personal del pueblo, ancianos y labradores, en su mayor parte sin experiencia en tramitaciones burocráticas…” para que una fiesta centenaria y diferente a todas las del entorno no se pierda, sobre todo, le decía, “en estos tiempos de pandemia, limitaciones y dificultades para la debida supervivencia”. Y calificaba la celebración del festejo como “Milagro porque, en una aldea de menos de un centenar de vecinos, dos o tres personas logran cada año una cantidad suficiente de dinero para pagar trámites administrativos, gastos de material, de organización, permisos eléctricos, instalaciones…”. Una recaudación sin lucro personal. E insistía en el “Interés cívico-cultural porque es una fiesta ancestral” a la que “cada año asiste más gente a esta fiesta de prau, nocturna, alegre y para gentes sin distinción de edad”.

La respuesta fue decepcionante: una persona con inferior rango en la Consejería me remitió unos fríos y simples enlaces para realizar los trámites burocráticos habituales. Algo que personalmente había intentado ya pero que conllevan firmas y aprobación de organismos a los que no llegamos quienes no nos movemos en la burocracia oficial pública, ya que no somos una organización establecida sino personal del pueblo, jubilados y labradores en su mayor parte sin experiencia en tramitaciones ni recursos para realizarlas. Es decir, si la pandemia vírica no remite lo suficiente, un año más sin celebración acabará por enterrar una tradición excepcionalmente centenaria que se distinguía por ser precisamente distinta a cualquier romería del entorno.

Las suspensiones de las fiestas de prau este verano de 2021 ya se anuncian casi a diario en los medios. La simple decisión política de conceder la condición turística interesante permitiría sobrevivir a una fiesta única, tradicional, curiosa, que divierte a niños, jóvenes y ancianos sin distinción de estatus, rango o procedencia. Un aliciente para nuestra convivencia en momentos de dificultades vitales. Una pena porque romerías como éstas son la materialización de las ilusiones de un pueblo, la más pura manifestación de su identidad, de nuestra idiosincrasia.

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