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Martín Caicoya

La calidad del aire es prioritaria

La industria contaminante produce más cáncer

Propone Jorge Dezcallar cuatro prioridades para el gobierno español: La gestión de la pandemia, el manejo de los fondos europeos, el problema catalán y las relaciones con Marruecos. Prioridad es precedencia, anterioridad de algo sobre otra cosa, en tiempo o en orden. Estas son las que están delante, hay otras que tienen, en mi opinión, tanta o más importancia, pero quizá no se ven como tan inmediatas. Son el cambio climático y la contaminación atmosférica.

Asturias ha sido un dilema para los epidemiólogos por su perfil de mortalidad: entre las más altas por enfermedades cardiovasculares, cáncer y enfermedades respiratorias. Enfermedades todas ligadas al tabaco. Pero en Asturias no se fuma, ni se fumó, más que en el resto de España. Tampoco la prevalencia de hipertensión o hipercolesterolemia, ni su grado de control, es diferente. Ni la frecuencia de obesidad o sedentarismo. Si los más importantes factores de riesgo no muestran una distribución que justifique esa mortalidad, además de especular sobre otros que no conocemos, cabe la posibilidad de que las exposiciones laborales y la contaminación atmosférica sean parte de la causa. Asturias, no cabe duda, ha tenido un peso importante de industria contaminante, tanto interior, que afecta a los trabajadores, como del medio ambiente. Dentro de las causas reconocidas de cáncer, el porcentaje mayor se sufren en el medio de trabajo. Evitarlo es una obligación legal que no siempre se cumple a rajatabla. Y aunque la atribución de cáncer como enfermedad profesional es escasa, los estudios muestran que hay una infradeclaración. Las industrias también contaminan el aire con cancerígenos. Es conocido el caso de la fabricación de coque. Hasta hace unos años las químicas asentadas en Trubia no tenían sistemas adecuados para evitar esos vertidos atmosféricos, como es su obligación por ley. Tampoco ni Medio Ambiente ni Industria los vigilaba. Hasta que los ciudadanos lo exigieron. Desde entonces los niveles de benceno han disminuido. Si no hay vigilancia y amenaza de sanción, es difícil que se cumplan leyes que tienen un coste económico.

La calidad del aire se mide mediante 5 indicadores: compuestos de azufre, de nitrógeno, monóxido de carbono, ozono y partículas. Desde que se presionó al Principado, también se mide benceno. En cuanto a partículas, ahora ya se mide las de hasta 2,5 micras, una novedad importante que reconoce su influencia más allá de los pulmones. La medición tradicional, partículas de 10 micras, se centraba en los trastornos respiratorios. Haber descubierto que las muy pequeñas se filtran a la sangre y dañan otros sistemas ha sido muy importante y esclarecedor. Están asociadas a enfermedad cardiovascular, cáncer de pulmón y probablemente de vejiga. Desde el punto de vista teórico se las podría responsabilizar del exceso de mortalidad en Asturias. Pero demostrarlo es difícil por varias razones.

En primer lugar, porque deberíamos usar exposiciones de hace años para dar tiempo a la incubación. Y no las hay. En segundo lugar, suponiendo que las tuviéramos, es difícil atribuir un grado de exposición a los individuos: ¿es la que hay en el lugar que vive, o en el que trabaja, o donde se recrea al aire libre o una combinación de todos ellos? Cuanto más imprecisa es la medición de la exposición más difícil demostrar asociaciones. Porque entre los expuestos los habrá que no lo son y entre los no expuestos que lo son. De todas formas, hay suficiente información para atribuir a la contaminación atmosférica al menos 4,2 millones de muertes prematuras al año, las mismas que ha producido la pandemia hasta julio de 2021.

El cambio climático es consecuencia de la contaminación. Aquí actúa sobre todo el CO2 y el gas metano. Las consecuencias para la salud, y la economía, de este fenómeno son enormes. Ciudades como Chicago, a orillas del lago Michigan, están amenazadas. Quizá sean estas alarmas las que nos hagan tomar verdaderas medidas.

Se promueve la economía verde, pero todos esperamos que industrias contaminantes resurjan tras la pandemia. El turismo es buen ejemplo. El daño a la atmósfera de los desplazamientos supera, a la larga, los beneficios económicos. Inquieta el poder contaminante de los vuelos. Menos conocido, y más dañino, es el trasporte marítimo. Regulado por los mismos que lo realizan, las medidas de control son mínimas y la expulsión de gases de efecto invernadero, máxima. El transporte terrestre completa un entramado en el que millones de personas y mercancías se mueven en radios de diferente longitud creando una red en la que todos estamos atrapados. Es nuestra civilización, nuestro modo de estar y producir. Se defiende el empleo que genera esta industria, como se ha hecho en la crítica al ministro Garzón. Desde la salud pública su postura es impecable, como lo es el cierre de centrales térmicas y tantas cosas que ponen en peligro la vida del ser humano en el planeta. No al planeta: a nuestra supervivencia.

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