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Jorge J. Fernández Sangrador

Camino (interior) de Santiago

La experiencia compostelana sin necesidad de postrarse ante el apóstol

Hace un año que diez reclusos del Centro Penitenciario Brians-2, en la diócesis de San Feliú de Llobregat, se propusieron hacer el Camino de Santiago. Cuando se lo dijeron al capellán, éste les advirtió que las autoridades no les concederían el permiso para salir de la cárcel. A lo que ellos replicaron que eso ni siquiera se les había pasado por la mente. Sería dentro de la prisión.

Hicieron cálculos y llegaron a la conclusión de que los mil trescientos kilómetros que hay entre Brians-2 y Compostela equivalían a cuatro mil doscientas vueltas al patio. La peregrinación, por dentro, comenzó el 25 de julio de 2020 con una celebración de la Liturgia de la Palabra en la sala-biblioteca del módulo y la bendición sobre los peregrinos. Y así, en procesión, de modo solemne, precedidos por el capellán, dieron la primera vuelta al patio.

Perseveraron solo tres, que terminaron su andadura en abril de este año. Los que no prosiguieron hasta el final fue porque o se cansaron, o los trasladaron, o recuperaron la libertad. Y a los que se mantuvieron en el propósito inicial y cumplieron el periplo interno jacobeo en su totalidad recibieron las respectivas “compostelanas”, con las que quedaba acreditado que su Camino, por el patio, fue también, en efecto, de Santiago.

En Asturias, por otra parte, un grupo de estudiantes universitarios realizaron tres etapas del Camino de Santiago sin plantearse el traspasar los límites del Principado ni llegar a la tumba del Apóstol en Compostela. Se conformaron, como Moisés en el monte Nebo, con «ver» desde lejos, sin pisarla, la tierra de destino, contemplándola con los ojos del alma. Solamente. Y en silencio. Pues aspiraban a reproducir dentro de sí la misma experiencia del pueblo de Israel, cuando salió de Egipto y caminó tres días por el desierto para ofrecer un sacrificio (Éxodo 3,18).

En la tranquila y luminosa iglesia de Santa María de Valsera, en El Escamplero, los universitarios iniciaron el Camino tras haber meditado los pasajes bíblicos de la zarza ardiente, la vocación de Moisés, la revelación del Nombre de Dios, la cena pascual, el paso del mar Rojo, el maná y el agua que brotó de la roca hendida por el bastón de Moisés.

Y finalizaron su peregrinación, después de haber hecho tres etapas del Camino primitivo, con la celebración de la Eucaristía en una elevación de la Campa la Braña, en la ruta de los Hospitales, la que discurre a través de los concejos asturianos de Tineo y Pola de Allande. El altar fue un bloque de piedra, rectangular, orientado al Este, como en las iglesias de la Antigüedad.

Y así como el paleontólogo jesuita Pierre Teilhard de Chardin ofreció, en Mongolia, internamente, la «Misa sobre el mundo», también sobre el megalítico altar en el tramo jacobeo de los Hospitales fueron presentados a Dios, además de los dones eucarísticos, los gozos y los afanes de cuantas personas habitan la amada extensión de Asturias. En aquella famosa «Misa» del padre Teilhard, las palabras de oblación cósmica fueron éstas: «Te ofreceré, yo que soy tu sacerdote, sobre el altar de la tierra entera, el trabajo y la pena del mundo».

De modo que el itinerario de tres días por el Camino de Santiago culminó, en una altura, con el encuentro sacramental con Cristo, meta de toda peregrinación. Allí “estaba solo Jesús”, como en el monte de la Transfiguración a la vista de Pedro, Santiago y Juan (Mateo 17,8). Y aunque los jóvenes universitarios no concluyeron su marcha en Compostela, ni se postraron, por tanto, ante la tumba del Apóstol, no se cansan de decir que tuvieron, en el monte de los Hospitales, una inolvidable experiencia de real y gloriosa presencia de Jesús, al igual que la tuvo Santiago el Mayor en el de la Transfiguración.

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