La arqueología, la ciencia que permite registrar a partir de sus evidencias materiales la evolución de la actividad humana, es quizá la gran olvidada de Asturias. Se excavaron las cuevas desde comienzos del siglo XIX, pero los castros no recibieron el mismo impulso y como parientes pobres fueron quedando relegados. Se trata del enésimo desajuste de una política cultural errática que aún cose los rotos de megalomanías pasadas en las que se enterraron decenas de millones de euros y que ahora se pretende paliar con un plan director a punto de ver la luz. En su afán de ser aldabón en defensa del patrimonio histórico-artístico regional, LA NUEVA ESPAÑA ofrece desde ayer y durante seis fines de semana consecutivos a sus lectores un inédito acercamiento a la cultura castreña a través de la edición de seis libros que compendian el mejor recorrido divulgativo por los principales emplazamientos de estas míticas fortificaciones. 

Los castros asturianos, unos trescientos datados en la región, de los cuales apenas una treintena han sido ya excavados, componen un patrimonio único que apareció al final de la Edad del Bronce, transitó a lo largo de la Edad del Hierro y finalizó con la romanización. Son el antecedente más claro que tenemos de la primera urbanización de Asturias, de núcleos estables de población en enclaves estratégicamente situados a lo largo de toda la región. El mapa de vestigios revela una densa ocupación del territorio. Eran asentamientos disuasorios y defensivos, pero también de prestigio social. Como las viejas piedras hablan y a los ojos de los expertos que interpretan su lenguaje pueden resultar parlanchinas, cada fortaleza de esa época relata el nivel de sus moradores. Los castros son los escenarios de un modo de vivir del que los asturianos somos herederos. Desde la atalaya de estos antiguos poblados, mil años de historia nos contemplan.

Del origen de los castros apenas hay testimonios escritos, salvo las muy limitadas menciones en crónicas romanas como las de Plinio o Estrabón. La fuente fundamental de conocimiento es el propio trabajo de campo, y ahí siguen la mayoría de los yacimientos esperando a hablar. Durante décadas se ha hecho sobre estas lejanas edificaciones el silencio, de manera que, a la espera del plan director que ultima el Principado, las investigaciones y los estudios no están a la altura de la riqueza que poseemos. Queda mucho por conocer y al descubrimiento de ese tesoro pretende contribuir la colección de libros que LA NUEVA ESPAÑA lanza este fin de semana con respaldo de la Consejería de Cultura, Política Llingüística y Turismo y el Ayuntamiento de Gijón, de alguna forma continuación del coleccionable del pasado año sobre las principales cuevas prehistóricas de la región.

La cultura castreña asturiana constituye un patrimonio tan inmenso e insospechado como ignorado para el gran público, que como mucho reconoce el Chao, Coaña y la Campa Torres. Con apenas el 5% de los yacimientos de un periodo que abarca desde el año 800 antes de Cristo a finales del siglo II excavado, en Asturias se encuentran el mejor patrimonio castreño de España y algunas de las referencias de la época más importantes de Europa. La colección de LA NUEVA ESPAÑA no puede llegar en mejor momento. El castro de Coaña cumple este 2021 sesenta años abierto al público. En 1962, a punto de cumplirse también seis décadas, se produjo el descubrimiento material y científico del castro de San Chuis, en Allande. Cuarenta años van a cumplirse en unos meses del comienzo de las excavaciones en la gijonesa Campa Torres, donde en 2022 se iniciará un ambicioso programa de investigación arqueológica, con respaldo europeo. También en este 2021 se cumplen ochenta años del nacimiento científico del castro de Pendia, en Boal, en cuyas excavaciones participaron dos grandes de la arqueología española: Antonio García Bellido y Juan Uría Ríu.

Gracias a la catalogación de los pioneros algunas de estas lejanas fortificaciones se encuentran ya en las cartas arqueológicas desde hace años y han podido gozar de cierta protección. Otras, por desgracia, sufrieron graves daños como consecuencia del desconocimiento y el desinterés, tanto de las administraciones como de los ciudadanos. Para proteger el patrimonio es preciso conocerlo y, sobre todo, quererlo. Recuperar vestigios tan importantes del pasado común requiere recursos pero también voluntad colectiva y esfuerzo. Y los habitantes de esta región no hemos sabido levantar la voz, no al menos con los resultados apetecidos, en defensa de valores tan singulares como el Prerrománico, el arte rupestre, ambos Patrimonio de la Humanidad, o la cultura castreña.

Los seis libros que componen el nuevo coleccionable de LA NUEVA ESPAÑA, de 72 páginas a todo color cada uno de ellos, con un millar de imágenes espectaculares, mapas ilustrados, infografías y textos realizados por destacados especialistas, arrojan luz sobre enigmas de nuestro pasado y brindan la ocasión de disfrutar de un patrimonio apasionante. No se olvide que la Asturias metalúrgica y minera de la que tan orgullosos nos sentimos arranca en esos legendarios recintos fortificados que en un momento de la historia fueron nuestro hogar.